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domingo, 5 de febrero de 2012

Placer / displacer #9: Paganismo 2000


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POLÍTICA
&
OCULTISMO


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Grant Morrison es una superestrella de culto nerd con cuyo trabajo no estoy demasiado familiarizado porque me pilla muy mayor. Muchos de sus tebeos para Marvel se encuentran sin problema en las cubetas de segunda mano tirados de precio, pero las obras que le han otorgado su innegable status de auteur (especialmente "El asco" y "Los invisibles") son auténticos tesoros que los freaks de la ciberultura psicodélica reverencian como textos sagrados. Lo cierto es que su universo estético post-pop reúne algunas de las ideas más virulentas e incómodas de la cultura de masas de la última década: ciudadanos de vida gris que cruzan la frontera entre neurosis y esquizofrenia, superhéroes de moral incierta, viajes al otro lado de la realidad, tribus urbanas en formato secta, ultraviolencia, ciudades mugrientas en las que cualquier sonrisa resulta gélidamente impostada... Excesiva y de un barroquismo que mesmeriza por hipersaturación (metáfora de la sobredosis de signos y sensaciones de la ciudad contemporánea), su estética viene a ser la puesta al día de la ciencia ficción sucia británica, que tuvo su momento de explendor en los tiempos de 2000 AD, una editorial cuya leyenda no deja de crecer con los años.

Los referentes con los que se maneja este escocés son por tanto los que os podéis imaginar: Phillip K. Dick por supuestísimo, William Gibson, Clive Barker (en youtube hay incluso un divertido diálogo entre ellos), los satanistas, Jung... una curiosa ensalada de autores unidos por el nihilismo, el hedonismo metafísico-paranoide y la desconfianza en la realidad. Lo que IMHO devalúa un poco el trabajo de Morrison es el histrionismo que recorre su trayectoria, su falta de profilaxis ante unos gestos estridentes que se han convertido en su seña de identidad. Tanto en lo profesional, como en lo personal. Independientemente de si lo es o no, este tío se comporta como un genio.



He encontrado estos magníficos videos de un profético programa de la televisión brutánica llamado "Disinfo Nation", en el que la popstar que lleva dentro se desata en una curiosísima entrevista a mandíbula batiente. Como si del Terence Mackenna del comic se tratase, el pollo no duda en narrar una experiencia alien que disfrutó en el extremo oriente, y que utiliza para argumentar una visión de lo real completamente mágica, muy en sintonía con esa simpatiquísima corriente friki que mezcla física cuántica, computación, chamanismo, anarquismo y setas sagradas. ¿Para qué nos vamos a engañar?: Morrison quiere ser una versión 2.0 de Alan Moore, un espejo demasiado grande con el que medirse pero del que toma todos sus manierismos tecno-espiritualistas, aunque desde un carisma completamente diferente: sus declaraciones suenan mucho más cínicas que las de Moore, siempre honesto en sus delirios porque seguramente su concepto de la sabiduría es en el fondo más clásico que el de un kamikaze absoluto como Morrison.


Las fábulas de Morrison, construidas a partir de la histerización de personajes arquetípicos (la sobreactuación de sus signos hasta acercarlos a una especie de autoparodia beckettiana), suelen adoptar un compás hiperveloz que apenas deja espacio a las sutilezas narrativas: su lógica busca más la sensación que el sentido, de tal manera que terminan por funcionar mejor en la intensidad de sus sobresaltos, que en su conjunción en un hilo argumental. De manera muy posmoderna, el relato como destino moral pierde interés frente a la insularidad de sus intensidades, cuya secuenciación viene a ser más suplementaria que troncal: esta característica es muy común en el mundo del tebeo de superhéroes, en los que el imperativo de prolongar el hilo de la serie en la próxima entrega (a la manera de las telenovelas, en cuya esencia está el no terminar) impone un sistema narrativo líquido, que renuncia al crescendo para favorecer la concatenación de impactos, shocks, climax acrónicos. Historias continuas en lo atmosférico, pero discretas en lo secuencial. Desgraciadamente, no creo que Morrison sea suficientemente ingenioso como para optimizar el potencial uso de esa pirueta consistente en la renuncia al sentido: el tiempo narrativo aristotélico implica una historicidad (acontecimientos que se conjuntan hacia un mismo destino como sentido), con la problemática moral de la causalidad y el tiempo finalista. IMHO cualquier ficción radicalmente nihilista debería asumir alguna forma de disolución, mixtificación, multiplicación o yuxtaposición de sus posibles sentidos, pues la apertura más turbadora que debe acometer la "obra abierta" es la lógica del tiempo sobre el acontecimiento. Pero este tema lo dejo para otro día, aunque me sirve para recibir el terreno al que quería referir a Grant Morrison: el del desmontaje de la realidad como trasunto político, es decir el paganismo.


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La historia del pop está atravesada desde su amanecer por el fantasma del abandono a los placeres mundanos y su sacralización: he ahí la esencia de la revolución, que ha de asaltar siempre el "superyo" social y la mecánica de represiones que informan todo Estado. La jugada invocada por Nietzsche ponía en negro sobre blanco un "manifiesto retroactivo" para una corriente de actitud hedonista tan vieja como el mundo, y que muchos asociamos instantáneamente a ciertas tradiciones recogidas en el "Rastros de carmín": akelarres de monjas sáficas tildadas en su día de "brujas", extrañas logias aristocráticas aderezadas con opio y absenta, bacanales subterráneas propias de cultos demoníacos, o fiestas campesinas donde la música y el alcohol funcionaban de pistoletazo a tumultos y revueltas personales. El puritanismo, siempre tan ocurrente, aglomeraba estos fenómenos dispares (cuyo único nexo en común era el aliento dionisíaco y el sobresalto de los tabús sociales) bajo el estigma de "cultos satánicos", categoría que ni siquiera desaparecerá con la anunciada muerte de Dios nietzscheana: pareciese que a la deidad muerta le sobrevive su némesis hedonista, ese bicho rojo con cuernos y rabo que se ha ido asociando sucesivamente al comunismo, el anarquismo, el judaísmo o incluso a la ruta del bakalao (lo que es innegable es que si el demonio existe, es valenciano). El siglo XX, con la peor cara del nihilismo bombeando a pleno rendimiento, mantendrá discretos y glamourosos flirteos con satán: la escuela de Aleister Crowley, Anton LaVey, Charles Manson, el ocultismo hitleriano, las alucinaciones en vena de Burroughs, Damien, El Exorcista... En todas esas experiencias culturales, la figura de "Satanás" no ha de ser tomada literalmente (ni los propios satanistas lo hacen), sino como metáfora macabra de una entrega jubilosa a la amoralidad que representa el cuerpo individual como templo de un placer necesariamente egoísta. El término "satanismo" no es más que una boutade autoimpuesta por los practicantes del paganismo moderno, de naturaleza siempre provocadora, pero en sus ritos y literaturas Satanás no es más que una figura simbólica en la que significar lo amoral como potencia desterritorializante. Las enseñanzas de Crowley (más sustanciosas sin duda que la leyenda de asustaviejas que la doxa le ha atribuido) no imponen un "adorarás a Satán", sino un "te adorarás a tí mismo".

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Durante los veintytantos siglos de imperio del trascendentalismo platónico (cristianismo mediante), ese paganismo solía interpretarse o bien como panteísmo, o bien como materialismo. Pero hoy en día, cuando los alumnos de la ESO son adoctrinados subrepticiamente conforme a la metafísica científico-materialista, pareciese que el paganismo dejase de tener sentido: ya que toda vocación trascendental ha sido reducida a "superchería" en la doctrina burguesa bienpensante, la simple negación de Dios dejaría de tener el marchamo pecaminoso que en tiempos le fue tan propio. Pero IMHO la potencia agitadora del paganismo no estaba tanto en la negación de dioses, como en la afirmación de los placeres puros, la legitimación omnímoda de la subjetividad individual. Y si se trata de hacer uso revolucionario de esta característica, el enemigo número uno es el realismo científico, objeto de todos los dardos de los paganistas contemporáneos. Desde hace veinte años, "lo pagano" es un patchwork que incluye ciberdelia, inteligencia artificial, paradojas cuánticas y cierta espiritualización de la res extensa: el crossover entre ciencia y magia.




Por lo que se ve, Grant Morrison es uno de sus más reconocidos practicantes, pero también un colega suyo como Alan Moore ha coqueteado profusamente con el ocultismo, la magia y las paraciencias místicas. Sin embargo el gran apóstol contemporáneo de esta curiosa y revoltosa tradición pagana sigue siendo el difunto Terence Mackenna (según Timothy Leary, "Mackenna es el auténtico Leary"), cuyas torrenciales homilías intersecan física cuántica, relativismo posmoderno, chamanismo, drogas, computadoras, ecologismo y metafísica chimpún. El problema de Mackenna es que cada una de las cientas de conferencias suyas que hay en la red duran varias horas, a lo que hay que añadir el efecto narcoléptio de esa voz suya tan alucinada, que huele a marihuana en los altavoces. Grant Morrison es lo más parecido a un paganista comme il faut que hay ahora mismo en la industria cultural mainstream, pero en su caso en una versión mucho más urbana, cínica, cosmopolita y pop. Frente al escapismo pastoral de los paganos más mushroom-oriented, o las ñoñerías cósmicas de los orientalismos de revista femenina, su estética cruza el ciberpunk con las revistas de tendencias, el manga con Nietzsche, los superhéroes con la patafísica y el teatro del absurdo: lo suyo es posthumanismo de dibujos animados, la evaporación de todo significado ilustrada con caligrafía sobresaturada y ubicada en un territorio en el que lo atópico ha desplazado al aquí y ahora. "El mal" queda anulado por el sentido del humor, la catásfrofe se presenta como única alternativa lúdica para el hastío del hombre contemporáneo, la ciencia es juzgada a la manera conspiranoica, y el único desenmascaramiento posible es el de la realidad como vacío. Mackenna es, en muchos sentidos, su antítesis.



Una de las ideas que mejor funcionan del siempre ingenioso Terence Mckenna es su denuncia de una "balcanización epistemológica" resultante de la dispersión de los discursos sobre la real en múltiples compartimentos estancos: así, la verdad que pueda haber en James Joyce parece incompatible con la que haya en bioquímica, y ésta con Wittgenstein, y éste con la cábala, y así hasta el conjunto de los saberes humanos, escindidos en una infinitud de verdades incoherentes e inconmensurables de entre las cuales, como ciudadanos que buscan respuestas, debemos elegir la que más convincente nos resulte. Y precisamente la voluntad de superar esa balcanización es la pirueta que mejor funciona de ese nuevo paganismo contemporáneo: su apuesta por la reconciliación totalizadora de todas las ciencias de lo real en un único campo holístico que no teme especular con conceptos tan poco posmodernos como lo absoluto, lo general o lo atemporal. En sus fundamentos, el ciber-paganismo de Mckenna es antitético del cínico nihilismo de Morrison, porque mientras el discurso de este último se arroja jubilosamente al abismo delirante del sinsentido, sin buscar más contrapartida que el placer, Mckenna (que se autodefine como un racionalista) confía en la sabiduría como proyecto de realización individual, a la manera clásica: hay un sentido susceptible de ser encontrado, y esa tentativa es la emancipación capaz de transformar el devenir en historia. ¿No parece esa actitud propia de la modernidad más demodé? En este punto, el paganismo contemporáneo es valiente en su autopresentación como corriente emancipadora, una voluntad aparentemente anacrónica de coagular los saberes bajo un mismo fundamento que determine un sentido del existir. Así, las letanías cuasi místicas de Mckenna y sus pupilos suenan entre candorosas y temerarias, al invocar ese viejo objetivo del pensamiento humano consistente en buscar, detectivescamente, el sentido absoluto de lo real. En su caso, a través de una mística escatológica que hace acometer ciencia, magia y religión a un mismo tronco común que no por indeterminado (e indeterminable) deja de dotar de coherencia a lo real. Un "lo real" que desde la fenomenología parecía poco menos que un epifenómeno de la conciencia, y al que Mckenna busca dotar de una solidez que parecía irrecuperable tras las exitosas deconstrucciones a las que lo sometieron los apóstoles del "mundo líquido" y similares.

De este modo, la calmada y "clásica" propuesta mckenniana resulta mucho más valiente que la fastuosa, espectacular y circense histéresis narrativa de Morrison. Frente al nihilismo, paganismo; frente al sinsentido posmoderno, los arcanos de la historia profunda como raíz sólida de lo cognoscible; frente a la aceptación del mundo como mascarada y juego de pieles, la mística especulativa como apuesta por lo que hay debajo. Frente a la seducción, introspección.



Termino ya, reconociendo el aliento político implícito en los prestigios del paganismo contemporáneo: en todas sus diversas maniestaciones, su apuesta es la negación de la doxa y la denuncia de la naturaleza ficticia de lo real. Puede hacerse al modo kamikaze, cínico y sensacional como la tradición ciberpunk, o de manera sistemática, tranquila e integradora al estilo de Mackenna. El éxito de "El secreto" o Paolo Coelho, paganismo mainstream, sirven para evidenciar la necesidad del hombre contemporáneo de una cartografía con la que maniobrar a través del ruido informe de la jungla de signos dispares que es el mundo de hoy. Heidegger dijo que el desafío era aceptar la ausencia de sentido (el mundo como ruido; una idea implícita también en el cuerpo sin órganos deleuziano), pero estos neo-paganos llevan el razonamiento aún más allá: el sentido no duele por su ausencia, sino por su superabundancia. El desafío no es aceptar la nada, sino integrar la imposible multiplicidad del todo en un mismo convenio: que el I-Ching, Andy Warhol, el trankimazin y el bosón de Higgs puedan ser explicados en referencia a una mística común. Mil mesetas reducidas a una. Quizás ese proyecto parezca sobre el papel excesivamente positivista, o demasiado optimista en su estimación de las capacidades de la conciencia, pero uno de sus méritos incontestables es el de recuperar esa la antigua naturaleza subversiva de la ciencia, su capacidad para desmontar realidades mediante la razón, porque a fin de cuentas hasta antesdeayer los científicos eran los grandes adoradores de los dioses paganos, antes de cometer el delito de habernos impuesto un subliminal monoteísmo científico. El trabajo de Mckenna, por tanto, interesantísimo por el rigor de su pensamiento, pero también por lo bombástico del personaje, por su carisma mediático y su capacidad para poner ideas encima de la mesa sin borrar la sonrisa de su rostro.

4 comentarios:

  1. Ooooohhhhh. Al habla Rosendo. A tope con Grant Morrinson! Para mi, "el" comickero de 2012 y el inicio del siglo XXI. Debo confesarte que parte de la responsabildiad de que la universidade invisibel se llame así (un 10% quizas) la tiene el señor Morrison.

    Me permito la libertad de rularte esta etnografia gonzo que hace unos años escribí en el festival de Ortigueira (pueston!) y que creo que bien te puede servir en esta diatriba acerca del paganismo. Publicada en revista científica y todo, ¡que vuelven los bárbaros! ¡bien!

    http://ciudadtecnicolor.wordpress.com/2010/12/23/el-nacimiento-de-la-tragedia-tras-el-espiritu-de-la-posmodernidad/

    Abrazacos y a tope con tu pedazo de blog en el que no me canso de rebugcar.

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    1. Gracias Rosendo!!! cuando quieras escribir algo, ya sabes que estáis todos invitadísimos. Y a ver cuando montamos otro sarao-debate-fiesta, que está todo mu parao :-)

      . observer

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  2. Sí señor! Una frase genial -donde las haya, claro-:

    ""El mal" queda anulado por el sentido del humor, la catásfrofe se presenta como única alternativa lúdica para el hastío del hombre contemporáneo, la ciencia es juzgada a la manera conspiranoica, y el único desenmascaramiento posible es el de la realidad como vacío".

    Por cierto, el tal Baudrillard dice algo parecido en "El paroxista indiferente":

    "Las miserias de los demás y las catástrofes humanitarias se han convertido en nuestro último terreno para la aventura... el nuevo orden sentimental, el del desafecto, del arrepentimiento, de la sociedad victimaria, es la prolongación de una crisis del sentido que comenzó en el s.XIX con las repercusiones de la revolución industrial".

    Aunque antes de esto ya dice que "la trampa consiste en querer salvar a cualquier precio los valores cuando la pérdida fundamental sería la de las formas".

    Sugerencia:

    http://vimeo.com/11439247

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    1. Gracias, y a ver si te animas tú también. La próxima semana con un poco de tiempo -que ahora no tengo- haré safari por los blogs, qué pena que nadie me mande ya nada para publicar con la ilusión que me hace :-(

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