La historia del pop está atravesada desde su amanecer por el fantasma del abandono a los placeres mundanos y su sacralización: he ahí la esencia de la revolución, que ha de asaltar siempre el "superyo" social y la mecánica de represiones que informan todo Estado. La jugada invocada por Nietzsche ponía en negro sobre blanco un "manifiesto retroactivo" para una corriente de actitud hedonista tan vieja como el mundo, y que muchos asociamos instantáneamente a ciertas tradiciones recogidas en el "Rastros de carmín": akelarres de monjas sáficas tildadas en su día de "brujas", extrañas logias aristocráticas aderezadas con opio y absenta, bacanales subterráneas propias de cultos demoníacos, o fiestas campesinas donde la música y el alcohol funcionaban de pistoletazo a tumultos y revueltas personales. El puritanismo, siempre tan ocurrente, aglomeraba estos fenómenos dispares (cuyo único nexo en común era el aliento dionisíaco y el sobresalto de los tabús sociales) bajo el estigma de "cultos satánicos", categoría que ni siquiera desaparecerá con la anunciada muerte de Dios nietzscheana: pareciese que a la deidad muerta le sobrevive su némesis hedonista, ese bicho rojo con cuernos y rabo que se ha ido asociando sucesivamente al comunismo, el anarquismo, el judaísmo o incluso a la ruta del bakalao (lo que es innegable es que si el demonio existe, es valenciano). El siglo XX, con la peor cara del nihilismo bombeando a pleno rendimiento, mantendrá discretos y glamourosos flirteos con satán: la escuela de Aleister Crowley, Anton LaVey, Charles Manson, el ocultismo hitleriano, las alucinaciones en vena de Burroughs, Damien, El Exorcista... En todas esas experiencias culturales, la figura de "Satanás" no ha de ser tomada literalmente (ni los propios satanistas lo hacen), sino como metáfora macabra de una entrega jubilosa a la amoralidad que representa el cuerpo individual como templo de un placer necesariamente egoísta. El término "satanismo" no es más que una boutade autoimpuesta por los practicantes del paganismo moderno, de naturaleza siempre provocadora, pero en sus ritos y literaturas Satanás no es más que una figura simbólica en la que significar lo amoral como potencia desterritorializante. Las enseñanzas de Crowley (más sustanciosas sin duda que la leyenda de asustaviejas que la doxa le ha atribuido) no imponen un "adorarás a Satán", sino un "te adorarás a tí mismo".
Durante los veintytantos siglos de imperio del trascendentalismo platónico (cristianismo mediante), ese paganismo solía interpretarse o bien como panteísmo, o bien como materialismo. Pero hoy en día, cuando los alumnos de la ESO son adoctrinados subrepticiamente conforme a la metafísica científico-materialista, pareciese que el paganismo dejase de tener sentido: ya que toda vocación trascendental ha sido reducida a "superchería" en la doctrina burguesa bienpensante, la simple negación de Dios dejaría de tener el marchamo pecaminoso que en tiempos le fue tan propio. Pero IMHO la potencia agitadora del paganismo no estaba tanto en la negación de dioses, como en la afirmación de los placeres puros, la legitimación omnímoda de la subjetividad individual. Y si se trata de hacer uso revolucionario de esta característica, el enemigo número uno es el realismo científico, objeto de todos los dardos de los paganistas contemporáneos. Desde hace veinte años, "lo pagano" es un patchwork que incluye ciberdelia, inteligencia artificial, paradojas cuánticas y cierta espiritualización de la res extensa: el crossover entre ciencia y magia.
Por lo que se ve, Grant Morrison es uno de sus más reconocidos practicantes, pero también un colega suyo como Alan Moore ha coqueteado profusamente con el ocultismo, la magia y las paraciencias místicas. Sin embargo el gran apóstol contemporáneo de esta curiosa y revoltosa tradición pagana sigue siendo el difunto Terence Mackenna (según Timothy Leary, "Mackenna es el auténtico Leary"), cuyas torrenciales homilías intersecan física cuántica, relativismo posmoderno, chamanismo, drogas, computadoras, ecologismo y metafísica chimpún. El problema de Mackenna es que cada una de las cientas de conferencias suyas que hay en la red duran varias horas, a lo que hay que añadir el efecto narcoléptio de esa voz suya tan alucinada, que huele a marihuana en los altavoces. Grant Morrison es lo más parecido a un paganista comme il faut que hay ahora mismo en la industria cultural mainstream, pero en su caso en una versión mucho más urbana, cínica, cosmopolita y pop. Frente al escapismo pastoral de los paganos más mushroom-oriented, o las ñoñerías cósmicas de los orientalismos de revista femenina, su estética cruza el ciberpunk con las revistas de tendencias, el manga con Nietzsche, los superhéroes con la patafísica y el teatro del absurdo: lo suyo es posthumanismo de dibujos animados, la evaporación de todo significado ilustrada con caligrafía sobresaturada y ubicada en un territorio en el que lo atópico ha desplazado al aquí y ahora. "El mal" queda anulado por el sentido del humor, la catásfrofe se presenta como única alternativa lúdica para el hastío del hombre contemporáneo, la ciencia es juzgada a la manera conspiranoica, y el único desenmascaramiento posible es el de la realidad como vacío. Mackenna es, en muchos sentidos, su antítesis.
Una de las ideas que mejor funcionan del siempre ingenioso Terence Mckenna es su denuncia de una "balcanización epistemológica" resultante de la dispersión de los discursos sobre la real en múltiples compartimentos estancos: así, la verdad que pueda haber en James Joyce parece incompatible con la que haya en bioquímica, y ésta con Wittgenstein, y éste con la cábala, y así hasta el conjunto de los saberes humanos, escindidos en una infinitud de verdades incoherentes e inconmensurables de entre las cuales, como ciudadanos que buscan respuestas, debemos elegir la que más convincente nos resulte. Y precisamente la voluntad de superar esa balcanización es la pirueta que mejor funciona de ese nuevo paganismo contemporáneo: su apuesta por la reconciliación totalizadora de todas las ciencias de lo real en un único campo holístico que no teme especular con conceptos tan poco posmodernos como lo absoluto, lo general o lo atemporal. En sus fundamentos, el ciber-paganismo de Mckenna es antitético del cínico nihilismo de Morrison, porque mientras el discurso de este último se arroja jubilosamente al abismo delirante del sinsentido, sin buscar más contrapartida que el placer, Mckenna (que se autodefine como un racionalista) confía en la sabiduría como proyecto de realización individual, a la manera clásica: hay un sentido susceptible de ser encontrado, y esa tentativa es la emancipación capaz de transformar el devenir en historia. ¿No parece esa actitud propia de la modernidad más demodé? En este punto, el paganismo contemporáneo es valiente en su autopresentación como corriente emancipadora, una voluntad aparentemente anacrónica de coagular los saberes bajo un mismo fundamento que determine un sentido del existir. Así, las letanías cuasi místicas de Mckenna y sus pupilos suenan entre candorosas y temerarias, al invocar ese viejo objetivo del pensamiento humano consistente en buscar, detectivescamente, el sentido absoluto de lo real. En su caso, a través de una mística escatológica que hace acometer ciencia, magia y religión a un mismo tronco común que no por indeterminado (e indeterminable) deja de dotar de coherencia a lo real. Un "lo real" que desde la fenomenología parecía poco menos que un epifenómeno de la conciencia, y al que Mckenna busca dotar de una solidez que parecía irrecuperable tras las exitosas deconstrucciones a las que lo sometieron los apóstoles del "mundo líquido" y similares.
De este modo, la calmada y "clásica" propuesta mckenniana resulta mucho más valiente que la fastuosa, espectacular y circense histéresis narrativa de Morrison. Frente al nihilismo, paganismo; frente al sinsentido posmoderno, los arcanos de la historia profunda como raíz sólida de lo cognoscible; frente a la aceptación del mundo como mascarada y juego de pieles, la mística especulativa como apuesta por lo que hay debajo. Frente a la seducción, introspección.
Termino ya, reconociendo el aliento político implícito en los prestigios del paganismo contemporáneo: en todas sus diversas maniestaciones, su apuesta es la negación de la doxa y la denuncia de la naturaleza ficticia de lo real. Puede hacerse al modo kamikaze, cínico y sensacional como la tradición ciberpunk, o de manera sistemática, tranquila e integradora al estilo de Mackenna. El éxito de "El secreto" o Paolo Coelho, paganismo mainstream, sirven para evidenciar la necesidad del hombre contemporáneo de una cartografía con la que maniobrar a través del ruido informe de la jungla de signos dispares que es el mundo de hoy. Heidegger dijo que el desafío era aceptar la ausencia de sentido (el mundo como ruido; una idea implícita también en el cuerpo sin órganos deleuziano), pero estos neo-paganos llevan el razonamiento aún más allá: el sentido no duele por su ausencia, sino por su superabundancia. El desafío no es aceptar la nada, sino integrar la imposible multiplicidad del todo en un mismo convenio: que el I-Ching, Andy Warhol, el trankimazin y el bosón de Higgs puedan ser explicados en referencia a una mística común. Mil mesetas reducidas a una. Quizás ese proyecto parezca sobre el papel excesivamente positivista, o demasiado optimista en su estimación de las capacidades de la conciencia, pero uno de sus méritos incontestables es el de recuperar esa la antigua naturaleza subversiva de la ciencia, su capacidad para desmontar realidades mediante la razón, porque a fin de cuentas hasta antesdeayer los científicos eran los grandes adoradores de los dioses paganos, antes de cometer el delito de habernos impuesto un subliminal monoteísmo científico. El trabajo de Mckenna, por tanto, interesantísimo por el rigor de su pensamiento, pero también por lo bombástico del personaje, por su carisma mediático y su capacidad para poner ideas encima de la mesa sin borrar la sonrisa de su rostro.
Ooooohhhhh. Al habla Rosendo. A tope con Grant Morrinson! Para mi, "el" comickero de 2012 y el inicio del siglo XXI. Debo confesarte que parte de la responsabildiad de que la universidade invisibel se llame así (un 10% quizas) la tiene el señor Morrison.
ResponderEliminarMe permito la libertad de rularte esta etnografia gonzo que hace unos años escribí en el festival de Ortigueira (pueston!) y que creo que bien te puede servir en esta diatriba acerca del paganismo. Publicada en revista científica y todo, ¡que vuelven los bárbaros! ¡bien!
http://ciudadtecnicolor.wordpress.com/2010/12/23/el-nacimiento-de-la-tragedia-tras-el-espiritu-de-la-posmodernidad/
Abrazacos y a tope con tu pedazo de blog en el que no me canso de rebugcar.
Gracias Rosendo!!! cuando quieras escribir algo, ya sabes que estáis todos invitadísimos. Y a ver cuando montamos otro sarao-debate-fiesta, que está todo mu parao :-)
Eliminar. observer
Sí señor! Una frase genial -donde las haya, claro-:
ResponderEliminar""El mal" queda anulado por el sentido del humor, la catásfrofe se presenta como única alternativa lúdica para el hastío del hombre contemporáneo, la ciencia es juzgada a la manera conspiranoica, y el único desenmascaramiento posible es el de la realidad como vacío".
Por cierto, el tal Baudrillard dice algo parecido en "El paroxista indiferente":
"Las miserias de los demás y las catástrofes humanitarias se han convertido en nuestro último terreno para la aventura... el nuevo orden sentimental, el del desafecto, del arrepentimiento, de la sociedad victimaria, es la prolongación de una crisis del sentido que comenzó en el s.XIX con las repercusiones de la revolución industrial".
Aunque antes de esto ya dice que "la trampa consiste en querer salvar a cualquier precio los valores cuando la pérdida fundamental sería la de las formas".
Sugerencia:
http://vimeo.com/11439247
Gracias, y a ver si te animas tú también. La próxima semana con un poco de tiempo -que ahora no tengo- haré safari por los blogs, qué pena que nadie me mande ya nada para publicar con la ilusión que me hace :-(
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