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sábado, 6 de agosto de 2011

Posthumanismo #1:Transhumanismo

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si quieres gente, tienes gente hasta aburrirte...


Como ya comenté en el blog de eae, una de las lecturas más sorprendentes de los últimos meses ha sido el "La educación estética del hombre" de Friedrich Schiller, la rigurosa y épica elaboración de un sistema filosófico estético adecuado para los convulsos tiempos de la toma de la Bastilla. Todo ese libro rezuma una contemporaneidad inesperada (dada su raigambre kantiana) y todo está bien pensadito y razonadito... de no ser por la omnipresencia de un concepto de algo que hoy es poco menos que un alien: el ser humano. Schiller era un humanista (de hecho, probablemente el más inteligente y buenrollista de los humanistas que he leído) y eso envejece prematuramente un libro que, por lo demás, es redondo. Y es que, para el que os habla, el ser humano considerado en sí, como entidad singular en el cosmos, como Ser dotado de cualidades específicas que le otorgan una condición mística, que funcionase de manera dierente al resto de entidades, que monopolizase lo ontológico de entre lo óntico, es una idea muy tontolona: el Hombre se ha convertido en un tema de debate tan aburrido como las características del éter, las vidas de los santos, los misterios de la santísima trinidad o el monstruo del lago Ness. Casi todos los Notables que han pasado por el blog (desde Baudrillard a Mackenna, de Heidegger a Nick Land) han sido antihumanistas convencidos explícita o implícitamente, quizás (como en mi caso) en consonancia con una forma de vida tendente a la misantropía. En mi caso, claro está, todo remite también a la voluntad de dar carpetazo a la educación casposamente humanista que recibí en la Universidad (¿humaniversidad?), de mano de unos intelectualos con el mismo nivel discursivo (salvo honrosas excepciones) que las páginas de autoayuda psicoanalítica de El País Semanal.

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el ser humano contemporáneo viene a ser una criaturiña tal que así


Y es que se ha demostrado que, en filosofía, andar a vueltas con el Cogito, la Conciencia, el Yo Trascendental y demás historias se ha vuelto una tarea muy frustrante: poner a un fulano (técnicamente, un sujeto) a pensar sobre su propia condición es como poner un espejo delante de otro espejo: lo único que obtenemos es la imagen aberrante del observador multiplicado hasta el infinito. Como que no. Y puesto que lo humano no puede ser pensado desde lo humano y en cuanto humano, habrá que buscar alternativas que nos permitan seguir dándole a la mollera. Hoy en día parece que lo hayamos olvidado, pero lo cierto es que durante la modernidad nuestra especie se creyó el ombligo de lo real y convirtió el Universo en un Humaniverso muy claustrofóbico, en el que el resto de realidades no antrópicas eran consideradas poco menos que meros accesorios al capricho del hombre.
Que yo sepa, sería Heidegger el primero en atreverse a cuestionar la centralidad del ser humano en el Orden Cósmico, pero su persectiva se vió muy desprestigiada cuando se supo de su apoyo a acontecimientos tan desagradables como Auswitch, Dachau o Mauthausen
. Recordemos aquella agria polémica con el bueno de Sartre, que cuando se atrevió a publicar aquella cursilada de "El existencialismo es un humanismo" despertaría las iras de Heidegger, que hubo de responderle con su célebre y sensata "Carta sobre el humanismo", que venía a decir:

el existencialismo NO es un humanismo

Una afirmación sin duda provocadora en su día (máxime cuando venía de la pluma de un convencido hitleriano), pero que luego resultaría tan inofensiva como el chiste del perro mistetas ante la virulencia de algunos pensadores neo-nietzscheanos que llegarían después, sobre todo Foucault y Deleuze, para los que el sujeto era un espejismo patológico con el que había que acabar, y el hombre se reducía a la categoría de emersión históricamente producida por el cruzamiento de fuerzas radicalmente mundanas... bueno, en este blog ese chicle lo tenemos ya muy mascado.


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¡no estamos solos en el universo!

Al hilo de estas cuestiones posthumanísticas, estoy leyendo un libro muy simpático que plantea una resolución perfectamente sensata de este embolado (la necesidad de pensar a los seres humanos independientemente de su humanidad), resumiendo de manera muy accesible las ideas de pensadores outcasts que poco a poco fueron minando el paradigma humanista hasta anularlo completamente. El libro se llama "La cuarta discontinuidad. La coevolución de hombres y máquinas", escrito por Bruce Mazlish, un catedrático del MIT cuyo trabajo está muy en sintonía con el tipo de visionarios utopistas hippilondios que aparecían en el "All watched over by machines of loving grace", y que en este libro articula una ingeniosa contrahistoria del antihumanismo guiada por el acercamiento del concepto hombre al de animal y el de máquina.
Es fácil resumir la tesis de Mazlish: según él, el Ser Humano como ente específico y único, pensado como singularidad absoluta y diferente al resto de lo real, ha sido cuestionada históricamente por una serie de científicos que encontraron mecanismos capaces de salvar la discontinuidad entre el Hombre y el Mundo. La primera discontinuidad sería la que situaba al hombre como foco del universo (y por tanto, en cierta medida como algo ajeno a él) y fue superada por Copérnico, que con su descubrimiento de que el cosmos no orbita en torno a la tierra revolucionó la concepción antropocéntrica heredera de la mística bíblica. La segunda discontinuidad, la que singularizaba al hombre de entre la natura, sería finiquitada por Darwin, que con su La evolución de las especies dejó claro que en realidad el ser humano puede ser derivado de una cadena evolutiva en la que compartimos categoría con chimpancés, gusanos y amebas. Y la tercera discontinuidad, la de la trascendencia y racionalidad del Yo en un universo que en sí era irracional e inmanente, se dio por terminada gracias a esa neurótica popstar que fue Sigmund Freud y su descubrimiento del inconsciente, energía corporal que explicaba nuestro albedrío como comportamiento tan irracional como el de cualquier otra criatura: nuestra nurtura era para el vienés un sistema complejo de pulsiones hormonales, en absoluto metafísicas. De esos tres navajazos a traición, el humanismo ñoño de toda la vida se vería severamente cuestionado (por más que muchos no quieran darse cuenta de ello), pero Mazlish apunta a la necesidad de superar una cuarta discontinuidad: la que todavía hoy diferencia al hombre de las máquinas.

Recién creados, Adán y Eva dando muestra de su humanidad


Aún no he terminado el libro, pero sí puedo decir que se trata de un texto muy ameno, gracias a esa capacidad típicamente yankee de construir relatos fabulosos y populares partiendo de material severamente erudito. Lo que plantea es tan lógico e inmediato que resulta difícil de entender la resistencia que todavía despierta en el establishment más acomodaticio: que somos máquinas informáticas, interruptores e intercambiadores de información, sinfonías complejas de datos y datos viajando a través del espacio del tiempo, en una cosmovisión sorprendentemente amplia en la que lo humano es perfectamente anecdótico si lo abordamos desde esta perspectiva. Cada vez en mayor medida, las ciencias tradicionales afrontan sus competencias partiendo de sofisticadas teorías de la información; los biólogos estudian las cadenas proteicas, las estructuras genéticas y los procesos de crecimiento como procesamiento de datos; la física ha llegado a un punto en el que la materia deja de ser tal para convertirse únicamente en información (de hecho, lo que hace de los agujeros negros figuras tan amenazantes es el hecho de que en su interior toda la información se pierde); los economistas apenas recurren a la teoría neoclásica, y elaboran sus análisis en base a estadísticas en las que cada vez tiene más peso lo cuantitativo... por no hablar, claro está,del hecho de que nuestras vidas están atravesadas a niveles insospechados por tecnología informática, hasta el punto de que nuestra posición respecto a ella llega a determinar nuestro rol en la sociedad.



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En sintonía con este asunto, en los últimos años se está produciendo una escena cultural muy estimable de post-humanistas utópicos que se ha dado en llamar Transhumanismo, que no es en absoluto un dogma consensuado sino más bien un cajón de sastre donde se acogen teorías de todo pelaje: body artists que hacen fechorías estéticas a base de implantes biomecánicos, científicos un poco freacos, hippies adictos al USB, ciberpunks, músicos de techno, ciberactivistas más omenos politizados, filósofos, místicos de lo más extraño, y hikikomori con ínfulas poéticas. La entrada en castellano de la wikipedia sobre este concepto es muy completa, y desde ahí se encuentran links a ideas muy sugerentes. Todos ellos comparten la trasversalidad de locientífico y lo artístico, la apuesta por la capacidad emancipadora de la tecnología, cierta sensualidad muy cercana a la Nueva Carne, y un más que evidente regusto psicodélico. Por ahora se trata de una subcultura underground (al menos en el mundo del artisteo: los científicos son mucho más tolerantes ante las ideas emergentes) , pero no hay que ser Nostradamus para darse cuenta de que muy probablemente el mundo que se avecina tenga mucho de transhumano. Por ahora, Zeitgeist o El fín del trabajo son ya artefactos ideológicos muy habituales entre los universitarios más espabilados, que encuentran en este tipo de conceptos respuestas a los problemas más urgentes de hoy en día: el uso de la energía, la ecología, la biomedicina, el arte digital, la cultura de masas... cuestiones para las que el humanismo tradicional se ha demostrado completamente inservible, o que al menos no han sido tratadas con suficiente profundidad por un mainstream intelectual todavía anclado en el viejo Hombre Místico. Una cultura muy ilusionante en su heterogeneidad y trasversalidad, con un saludable punto de locura y descaro, de cuya energía revolucionaria deberían tomar buena cuenta todos los 15m y similares... aunque seguramente los fanboys de esos movimientos son todavía humanos, demasiado humanos.

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