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miércoles, 27 de octubre de 2010

Arte emergente #12: El juego ideal


"The last exorcism", Daniel Stamm 2010

Diría que al margen de los libros de entrevistas, el texto deleuziano más fácil de comprender es un ingeniosísimo capítulo de "Lógica del sentido" (casualmente, uno de sus libros más opacos) que se llama El juego ideal, y que viene a ser la descripción paradójica de un juego en el que cada jugada implicase la formulación de las reglas que la legislan, en el que cada movimiento inventase la norma que le gobierna y da sentido. En el fondo, viene a ser una bonita manera de modelizar el pensamiento humano como un sistema encargado de inventar reglas que rijan el actuar del cuerpo a través de un sentido que hilvane los acontecimientos a lo largo del tiempo. A Deleuze y a Platón les encantaba la filosofía del derecho, y los antropólogos desde Levi Strauss (que yo sepa, no sé si antes también) o los padawans de Lacan no dejan de darle vueltas al hecho de que la cultura empieza por la ley. ¡¡Las normas que producimos y hablamos son lo que nos hace humanos!!
Me gusta el arte muy reglado, con normas gramáticas muy severas y puntillosas. Hay formas artísticas en las que la asunción de un código formal rígido es fundamental, como los haiku (cuyas reglas son de una precisión delirante), el techno (música en la que casi todo está normalizado y predispuesto) o el cine de género, que se formula siempre conforme a estructuras muy rígidas y fácilmente comprensibles por el espectador. Para Deleuze, las normas son lo que permiten la legilibilidad de un mundo que sin ellas es pura entropía: se supone que el arte más primitivo ha de ser entonces el que sigue unas reglas más férreas, mientras que la contemporaneidad nos acerca cada vez más a cierta anarquía formal: la gente es tan "culta", que puede comprender casi cualquier sistema de reglas artísticas, de hecho el desafío es encontrar espacios para el arte que todavía no hayan sido explorados y, por tanto, normalizados: ámbitos que todavía sean susceptibles de ser investidos con códigos nuevos. Para todo lo que el hombre conoce, domina y utiliza, inventa un sistema de reglas (funcionales, morales, perceptivas, simbólicas...) que se efectúan constituyendo "Paradigmas". Y el juego ideal sería la reformulación perpétua de las mismas.
El cine de terror es quizás el más reglado y normalizado: en función de la subvariante a la que pertenezca, uno puede intuir ya el 80% del contenido de una película. Por ejemplo, un slasher implica necesariamente una hija de divorciados que llega a la ciudad, su nueva mejor amiga, el cachas bonachón, su mejor amigo, un par de negros que mueran pronto, y el necesario chico guapo y bohemio que al final es el asesino. La misma predictibilidad es aplicable a la sinopsis de los culebrones, todos tan parecidos entre sí: chica ingénua aterriza en un pueblo gobernado por caciques, enamora al hijo del patrón, se queda embarazada, y al final sus periplos terminan felizmente en el altar. ¡Todos lo sabíamos! Estaba todo pactado de antemano, entre el autor y tú. Supongo que por eso disfruto tantísimo los slashers: son unas narraciones tan sistemáticas y normativas, que la parte de "libre albedrío" no genérico que individualiza cada film es lo que lo hace mágico. Quiero decir, el matiz que diferencia "Cherry Falls" de "Un San Valentín de muerte" es mínimo, pero para el aficionado ambas pelis distan un abismo. Así que, en cierto sentido, el cine de género es siempre metalingüístico, en la medida en que su sentido es explorar las posibilidades de un sistema de reglas argumentales que se hereda y se respeta. Importa mucho más cómo el autor culebrea entre las normas del género, que el argumento en sí.
Exactamente lo mismo sucede con los deportes: cada partido es diferente, pero las reglas son imperativamente las mismas. Cuando empieza un Real Madrid- Barça, es difícil saber cómo se irá desarrollando la contienda, pese a que cualquier evento que pueda suceder durante el partido tiene prevista la regla que lo gobierna: lo que hace grande al fútbol es que las reglas son las mismas para todos, exactamente igual que en la novela negra, el porno o los realities: hay muchas reglas implícitas, son lenguajes muy sistemáticos, que sólo se pueden trascender buscando el juego ideal que las cuestione y amplíe.


Una manera de llegar al "juego ideal" (ignorar las reglas y reinventarlas al margen de todo código genérico) es romper la baraja y formular un propio canon, algo muy diferente a todo lo hecho anteriormente. Para conseguirlo hay que ser un genio o un iluminado, claro está: los que inventaron el cubismo, ¿en qué estarían pensando? Un caso muy radical en ese sentido y sin salir del cine de género, fue "The Blair Witch Project", cuya forma narrativa fue en su día tan singular que no se podía comparar a ninguna otra peli (de hecho sus ideas serían luego fusiladas por Von Trier con aquella bobada del Dogma) y era el principio de un género nuevo cuyas reglas se irían perfilando y perfeccionando con los aportes posteriores (Parabnormal Activity, Monstruoso, REC...).
Pero hay otro modo de llegar al juego ideal que no requiere la invención de nuevos lenguajes, sino la combinación de los ya existentes: es el método posmoderno, el de Tarantino, que hace colisionar mil géneros de manera que cada película invente su propia legislatura a través del "corta y pega". Esa técnica es muy complicada, pero no son pocos los que la dominan con soltura: todo el cine de un Robert Rodríguez (en especial "The Faculty" y "Spy Kids") es una magistral mezcolanza de géneros en la que lo inesperado, lo entrópico, aparece por la indisolubilidad de las reglas de los géneros que mezcla (una peli que articula cine teen y terror extreterrestre... ¿terminará conforme a cuál de los dos géneros?).
Y la peli que quiero comentar, esta curiosísima "El último exorcismo" (una b-movie periférica y dislocada, una fenomenal chaladura) es también a su manera un juego ideal, que empieza siguiendo el procedimiento posmoderno de colisionar diferentes géneros a modo de patchwork. En este caso, mezclando la realización cámara en mano de "The Blair Witch Proyect" con la ambientación de "La matanza de Texas" (bueno, dejémoslo en la más modosita "Jeepers Creepers") para contar la historia de "El exorcista": estética documental + violencia rural + terror espiritista. Semejante mejunje iconoclasta es muy atractivo para cualquier carroñero de la basura pop como el que os habla, y por algo el productor de la peli es el siempre ilustre Eli Roth (que pasará a la historia por ser el hombre detrás de ese super clásico que es "Hostel").
Pero, pero, pero. Resulta que la peli va más allá del método cntrl+v tarantiniano, y le añade una vuelta de tuerca al algoritmo, porque mete en la ecuación la tercera forma de llegar al juego ideal, la más contemporánea, y es la que se alcanza jugando con el sentido. De hecho, creo que la mejor manera de explicar la noción de sentido tal y como la describe Deleuze es una película ya mítica, llamada quizás no tan casualmente "El sexto sentido": como todos sabéis, el final de la peli cambia todo lo que había sucedido de una manera muy sutil, proporcionando una clave que exige reformular todo lo ocurrido en las dos horas de metraje. ¿Y qué cambia, ya que no "los hechos"? Pues el sentido. De hecho, el final de toda película es lo que le da el sentido, en una u otra dirección, y por eso son muchos los ejemplos contemporáneos que juegan con esa potencia de la narración (por ejemplo, "Los otros", "Lost" o "Minority Report", historias que durante el grueso de su narración despliegan significantes y significados que sólo al final terminan de cuadrar a través de un sentido diferente al previsto).
Esta "El último exorcismo" parte de una hipótesis muy coñera y ocurrente: el cura que ha de ejercer de exorcista es ateo, hace lo que hace como terapia para rednecks con el cerebro carcomido por los curas rurales, pobres diablos que sí creen en esas cosas. Este exorcista es un impostor que no se siente tal, en la medida en que realiza su trabajo como si de un médico se tratase, prescribiendo "efecto placebo" a las masas embrutecidas. Por supuesto, su ateísmo se pone en duda en cuanto se topa con un caso de posesíon tan macarra que parece verdaderamente diabólica. Y hasta aquí puedo leer, porque el film es muy inteligente a la hora de hacer compatibles ambos puntos de vista, ambos sentidos (el de posesión auténtica, o el de mera esquizofrenia de una familia trastornada por el catolicismo). Con esa óptica, el film consigue momentos muy potentes y desconcertantes, produciendo esa enorme ansiedad de asistir a los hechos, pero no comprender su sentido.
Hitchcock jugaba muy bien con esta estrategia de ocultar el sentido, pero al final siempre hay una "revelación" del macguffin escondido en la historia (la historia necesitaba cerrarse con una "explicación" unidireccional y aclaratoria). El arte contemporáneo en cambio ya no proporciona un "punto de cierre", un sentido único: las mejores películas contemporáneas son aquellas que permitan que sea el espectador el que decida el sentido de todo lo que ha visto, de tal suerte que ahora el juego ideal se efectúa mediante el aporte del ojo que observa y no sólo de la cámara que filma.
En fín, no os penséis que estoy hablando de un clásico, de un peliculón de esos en plan Cahiers du cinema de los que os gustan: esto es cine cutre y ratonero, serie B de toda la vida, una pequeña excentricidad de pop marginal exclusivamente para frikis del género (si eres de los que no has visto "Saw", "Dark Water" o "Cabin fever", no te molestes en ver esta "The last exorcism" poprque seguro que te parecerá muy perralleira) pero con el toque inteligente propio de los francotiradores periféricos que no tienen nada que perder (y esa prerrogativa acostumbra a darse únicamente en el cine barato, cutre, un poco loco). Con modestia y mucho salero, la peli intenta ser un "Juego ideal", y digamos que lo consigue. Es una película humilde y rara, que no se toma demasiado en serio a sí misma porque sabe que lo que la hace fuerte es su jugueteo con el sentido, que consigue retorciendo, estirando y yuxtaponiendo las reglas y códigos de diferentes subgéneros cinematográficos. Sólo por eso merece la pena, y mucho.
¿Por qué el mundo del deporte ha de ser tan aburrido y conservador, por qué nadie intenta recuperar el espíritu de ese juego ideal que fue el punto de partida de cada modealidad deportiva? Jugar al basket con bates de beisbol, partidos de fútbol que duren cinco horas, carreras de obstáculos haciendo el pino. Inventar reglas, mezclarlas, destruírlas. ¡¡Con lo intersante que sería, por ejemplo, que en el próximo Madrid-Barça Mou y Pep resolviesen sus diferencias en una cancha de pádel, con palas de pin-pon y bolas de billar, a cinco sets y retransmititido en blanco y negro!!

4 comentarios:

  1. Genial!!! qué ilusión me ha hecho, qué detallazo.

    Por cierto, para los que lleguen al post desde google: el uso que hago de "el juego ideal" es bastante peregrino respecto al texto de Deleuze (no creo que estuviese pensando en pelis de lolitas diabólicas cuando lo escribió) pero se trataba de hacer una lectura diferente. Grazie a tutti

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  2. genial post césar, ¡vuelve el hombre! ch

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