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miércoles, 13 de julio de 2011

Facsímil

¿
Por qué le llaman
simulación
cuando quieren decir
simulacro
?


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1.
Hace unas semanas, un filósofo que no conozco respondía en un tono afable y sensato, nada afectado ni ampuloso, a las preguntas que en La2 le formulaba uno de esos académicos que confunden pensamiento con aburrimiento. El filósofo en cuestión resumía en un bonito aforismo toda una forma de estar en el mundo que suscribo milimétricamente: "Desde muy niño sentí con naturalidad que mi mundo era el de las representaciones". Esa frase es en sí la clave desde la que desarrollar por mera deducción toda una cosmovisión, pero podría igualmente ser el inicio de la novela que protagonizásemos cualquiera de nosotros. Esa expresión "mundo de las representaciones" me parece el concepto que mejor describe la indefinible intersección entre arte, filosofía, literatura, pop y computadoras que forman la trinchera desde la que auscultamos el mundo.
Miento. No existe esa trinchera, no hay fractura entre sujeto y objeto. Pongámonos sesentayochescos: las representaciones no son, a la manera kantiana, una membrana entre mi ojo y el mundo: son el territorio en el que el ojo y el mundo se efectúan; las representaciones son la materia prima de lo real. El noúmeno no es más que una fantasmagoría realista, fruto de una ensoñación con un afuera metafísico al pensamiento. Suena muy pedantón pero lo que viene a decir esto es bien sencillo: ese mundo de las representaciones no constituye otro mundo, sino que es un campo más en el único mundo que hay, que es este. De algún modo, casi todos los filósofos que he disfrutado han luchado contra esa sumisión a lo representado que seguramente sentían como tan propia; desde mi óptica (heterodoxa o errónea, usted verá) alguien como Deleuze hizo un materialismo extremo en el que la realidad es en sí una representación hecha de imágenes, donde por lógica el saber fundamental fuese la estética, y la crítica lo fuese de las representaciones. Para el que quiera profundizar en esta idea, dejo tres links donde voces autorizadas hablan sobre el tema apasionante (advierto, Deleuze y Ranciere inside):


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...y ya que estamos con textos ajenos, cito este magnífico artículo, "Representación y repetición en Michel Foucault", de Víctor Bravo, un recomendabilísimo repaso a la crítica de la representación tan característica de los años 60:

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La experiencia del eterno retorno en el mundo mítico es la repetición de lo idéntico. Nietzsche hará una suerte de reescritura de la repetición, pero desde la diferencia: el eterno retorno nietzschiano es concebido como “algo superior al reino de las leyes”, como el regreso de lo diferente donde lo originario se transmuta en simulacro. “El eterno retorno, tomado en sentido estricto, significa que cada cosa sólo existe mediante su retorno, copia de una infinidad de copias que no permiten ya subsistir al original ni siquiera en origen. De allí que al eterno retorno se le tache de paródico: califica a lo que hace ser (y retornar) de simple simulacro”(Deleuze, 1988:133). En Nietzsche se produce de este modo, en la repetición de lo diferente, la refutación de lo originario (correlativo de una refutación de la verdad y lo sustancial) y de la valoración del simulacro como una de las caracterizaciones ontológicas del lenguaje.
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Esto me lleva el libro de Deleuze sobre Bacon, y a las palabras del propio Bacon: para él, el ojo reconoce las imágenes por comparación con todas las imágenes que ha visto anteriormente. Cuando veo un gato, lo identifico como gato al identificarlo con lo que tienen en común todos los gatos que he visto anteriormente (repetición) y lo identifico como uno por lo que difiere de esa imagen de identidad gatuna (diferencia). Pero ese "gato" ideal, aparente repetición, era en en realidad diferencia: lo que hace al gato es lo que le diferencia de lo que no es un gato. En realidad no hay gatos, pero paradójicamente un gato privado de su gatunidad no es nada, aunque esa gatunidad sea por su parte un sumulacro. No hay el gato encerrado que sí había para Kant. Así lo interpreto yo, pero seguramente encontraréis análisis más certeros: es en cualquier caso un tema muy divertido y fácil de entender cuando se visualiza. Seguramente, ese modelo analítico de lo real sea el producto de diluir la frontera entre fenomenología y ontología. Zizek dice en su "Órganos sin cuerpos": en Deleuze, todo son memes; la realidad es información. El mismo Zizek habla del tema en esta entrevista:

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Lo que trato de enfocar no es sólo el apasionante tópico de lo virtual y lo real. Lo que me interesa es lo que Gilles Deleuze llama "la realidad de lo virtual", en el sentido de que hay algo que en un sentido es virtual, es decir no es actual, y a pesar de todo tiene consecuencias reales, causas reales. Miremos la política actual, que funciona como el proverbial pecado de un matrimonio, en el que hay uno de ellos que es desdichado y sueña que algún día podrá abandonar a la mujer o al marido. Pero paradójicamente, mientras se sueña con esto, es algo que nunca se va a hacer, es sólo una posibilidad. La política de Occidente funciona de esta manera. Soñamos que podemos cambiar cosas, mejorarlas, pero es algo que nos sirve para protegernos y sobrevivir al hecho de que las cosas son así y no podemos cambiarlas. Entonces, a veces lo virtual funciona, posibilita aceptar las cosas tal como son. Esta paradoja me interesa de sobremanera. Es decir, no el tópico de moda sobre lo virtual, en el sentido de comunicación a través de e-mails, el sexo virtual, los cyber sex, este aspecto no me interesa demasiado. Es más la cuestión de la realidad de lo virtual. Por ejemplo la creencia: en uno de los casos de la vida cotidiana que a mi me gusta usar, un padre con un hijo pequeño "yo no creo en la Navidad, yo sólo pretendo hacerle creer esto a mi hijo". Y si se le pregunta al hijo, éste dirá que procura creer para no defraudar a su padre. En realidad, nadie cree realmente, pero la creencia funciona. Pienso que la gente hoy cree en la virtual verdad de otro. Paradojas como estas son centrales y muestran la manera en que la ideología funciona.
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Sin embargo, la distancia entre virtualidad y realidad en Deleuze no creo que sea exactamente como la describe Zizek. No entraré en ese tema pues no soy profesional, pero los que quieran investigar el secreto idealismo de "Diferencia y repetición" pueden empezar por el epígrafe "Reception" de la entrada en wikipedia sobre Deleuze. Pero se trata de un idealismo en la medida en que lo real es representación pura, y por tanto información: la fisión entre realidad y representación se colapsa en la figura del simulacro, hipóstasis irreductible a una copia porque el modelo ha desaparecido en las brumas de la metafísica.
Una de mis asignaturas pendientes es estudiar a Hegel, un pensador muy denostado en su día por los posestructuralistas (el propio Deleuze lo mencionaba como su mayor enemigo) que sin embargo está siendo replanteado hoy en día como fundamental a muchos materialismos y ontologías de la inmanencia. Dejo el primero de los 16 videos que componen una interesante charla de Zizek sobre este particular (los que os sintáis interpelados, tenéis la charla completa en youtube):





2.
Salto ahora a otro campo, el del modelo standard de la física, con una breve reflexión: hoy en día, a ojos del "gran público", todo lo que dice un científico es más verdad que lo que pueda afirmar el filósofo; en la sociedad que vivimos (aparentemente tecnocrática, pero finalmente tan llena de misticismos y supercherías como cualquier civilización salvaje) la respuesta última a cualquier pregunta es lo que diga la ciencia. La legitimidad moral que el hombre contemporáneo ha otorgado a los científicos es equiparable a la que antaño tenía el chamán, el gurú, el mago o el cura. La árdua tarea de modelizar lo real-en-sí corresponde entonces a la física teórica, la rama de la ciencia que con más descaro coquetea con la metafísica, aunque siempre negándolo con vergüenza torera. En este sentido, el último libro de Stephen Hawkin es, como ya he dicho otras veces, especialmente vergonzante: con un descaro que no sé si es fruto de la ignorancia o los delirios de grandeza, llega a autoatribuirse la capacidad de explicar la realidad en su conjunto y esencia, en demérito de la filosofía, de un modo auténticamente sonrojante. Ignorante de que aquello que maneja son únicamente modelos (representaciones), y haciendo una extrapolación del principio de causalidad pasmosamente anacrónico, llega a deducir toda una teoría de lo real que comete los mismos errores epistemológicos que la teología clásica. De nuevo, no me extenderé sobre este tema, pero las críticas de la metafísica llevadas a cabo mayormente por los herederos de Nietzsche son todavía vigentes para desmontar la casposa cosmogonía que se han sacado de la manga los físicos teóricos.
Dejo un interesantísimo reportaje de la BBC que documenta la construcción de la realidad que, muy tramposamente, han deducido los físicos al excederse con prepotencia de las competencias que en virtud les corresponderían:





1=2?

El tramo final del documental es el más descaradamente meta-científico, llegando a un territorio radicalmente mítico en las que las explicaciones remiten a un sistema que trasciende la física para apropiarse de lo óntico y lo ontológico: partiendo de fórmulas y experimentos, la teoría de cuerdas construye una mecánica del universo en la que el aparataje matemático va más allá de su condición inicial de herramienta para llegar a ser la materia misma del universo. No hay más realidad que su descripción, lo real es un proceso informativo indeterminado hasta que el pensamiento termina de codificarlo.
De este planteamiento tan espectacular y grandilocuente están emergiendo místicas posmodernas muy divertidas, como ese exitoso "El secreto" que logró transustanciar la física de partículas en manual de autoayuda para oficinistas amargados. Ese fenómeno (la producción de neo-religiones paracientíficas partiendo de la física teórica) ya había sido predicho (y parodiado) por Houellebecq en "Las partículas elementales", en su habitual tono moralista y deprimente. Filosóficamente, la pirueta es tan ingénua que resulta hilarante: se estira el principio de causalidad hacia el infinito en el pasado, se somete la realidad a su modelo (al que por imperativo categórico ha de ser fiel), y ya tenemos servida una mística cuántica ideal para calmar la angustia nihilista de un hombre contemporáneo para el que el mundo, tras la muerte de Dios, era mucho más aburrido de lo que prometían las religiones clásicas.
Hay que reconocer que el comportamiento de la luz en el experimento de la doble rendija, jugando con el observador, es de lo más convincente para ganar feligreses de la Mística Cuántica...


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Lo que los físicos teóricos ignoran es que aquello que han alcanzado es lo mismo que los posestructuralistas en los años 60: el simulacro. Fusión fría entre realidad y representación. Su errata monumental consiste en llevar su discurso hacia el trascendentalismo platónico, y no hacia el platonismo invertido que buscaron otros. La frontera entre ambas posturas es muy sutil, pero difieren en su concepción del juicio: efectivamente todo es representación, pero los filósofos se aferran como garrapatas a una inmanencia que los científicos han abandonado alegre y desacomplejadamente para llevar su disciplica al reino de la metafísica con todo el descaro del mundo. Hawking y adláteres son la más descarada herencia del porqueyolovalguismo del saber: si lo dice una ecuación es cierto, porque yo lo valgo. "(...)...copia de una infinidad de copias que no permiten ya subsistir al original ni siquiera en origen" decía Deleuze: he ahí su discordancia radical con los físicos, a los que no les tiembla la mano al hacer números y delirar sobre el origen del universo. Ambas disciplinas orbitan alrededor de la idea de simulacro, pero yerran los científicos al olvidar las limitaciones de la simulación con la que fundamentan sus cosmovisiones.


En fín, este post es una patochada, meditaciones personales que brotan del asombro de constatar que hoy en día filósofos y científicos hayan abandonado la costumbre de intercambiar impresiones, seguramente por la inconmensurabilidad de los lenguajes que manejan unos y otros. En ese sentido, es frustrante que la Biblia sobre la correspondencia entre ciencia y filosofía, al menos a nivel best seller, sea el "Imposturas intelectuales" de Alan Sokal, donde se propone que los amigos de las ecuaciones ganan por goleada a los de los silogismos. Los que estamos en medio de la contienda tendemos a creer al que diga la verdad más bella o complaciente: seguramente todos tienen razón, a su manera. Pero lo que está claro es que los científicos utilizan dogmas que a los filósofos resultarían escandalosos e intolerables: nociones como materia oscura o energía oscura, inobservables en la realidad pero deducibles matemáticamente, son especulaciones de una gratuidad asombrosa. La "materia oscura" se inventó, básicamente, porque su inexistencia haría que el modelo standard se viniese abajo: su paso de hipótesis a verdad científica es tan comprobable empíricamente como la santísima trinidad. Tirando del hilo, uno descubre hasta qué punto, triste y contrariamente lo que nos habían contado, la construcción de los paradigmas científicos siempre exige actos de fe. Y al final, llegamos a la conclusión de que ni la filosofía es rigurosamente filosófica, ni la ciencia es rigurosamente científica, pero por suerte nos quedan los simulacros, verdades paradójicas en un mundo que queda reducido a la nada cuando se le priva de su condición de rigurosa estética.


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Telephone lines all across the world
People fight all across the world
Angels sing all across the world
Baby, you and me all across the world

Jackie Chan flashing all across the world

Hulk Hogan flashing all across the world

Baby lets go fly all across the world
Baby lets go fly all across the world!

They call me the believer…

They call me the believer…


John Maus, "Believer"


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