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viernes, 1 de julio de 2011

Arte / facto #17: La enzima artista... y el artista enzima

amor fou entre

Causalidad Casualidad


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(Del libro de Edgar Morin El paradigma perdido)



El giro compernicano tiene lugar poco antes de 1950. Shannon (1949) con la teoría de la información y Wiener con la cibernética (1948), inauguran una perspectiva teórica aplicable tanto a las máquinas artificiales como a los organismos biológicos, a los fenómenos psicológicos como a los sociológicos. Algo más tarde, en 1953, el esfuerzo llevado a cabo en el campo de la biología molecular consigue abrir la brecha decisiva que permite a la biología ramificarse hacia “abajo”: el descubrimiento de la estructura química del código genético por parte de los bioquímicos norteamericanos Watson y Crick.



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La nueva biología ha necesitado apoyarse en una serie de principios de organización desconocidos en el campo de la química: nociones tales como información, código, mensaje, programa, comunicación, inhibición, represión, expresión y control, entre otras. Todas estas nociones poseen un carácter cibernético en tanto que identifican a la célula con una máquina informacionalmente autorregulada y controlada. La aplicación a la célula, es decir, a la unidad fundamental de la vida, de la noción de máquina ya constituye por sí misma un acontecimiento de capital importancia. Sin embargo este hecho no ha sido reconocido en su justo valor puesto que existe una mayor sensibilidad hacia las connotaciones mecánicas del término que a sus aspectos organizativos. A pesar de todo, no hay duda alguna de que se trata de un verdadero salto epistemológico (Gunther, 1962) en relación al esquema de la física clásica.

La máquina se convierte en una totalidad organizada, no reductible a sus elementos constitutivos, que en modo alguno podrían ser correctamente descritos como entes aislados a partir de sus propiedades particulares. La unidad superior (la máquina) no pude disolverse en las unidades elementales que la integran, antes al contrario, ella es la que hace inteligibles las propiedades que éstas manifiestan. Más aún, las nociones procedentes de la teoría de la información y de la cibernética no sólo hacen referencia a máquinas altamente organizadas sino que además llevan en sí mismas una connotación antroposociomorfa. Realmente es en este hecho donde reside lo asombroso de la apertura hacia “arriba” anteriormente apuntada: información, código, mensaje, programa, comunicación, inhibición, represión, etc., son conceptos extraídos de la experiencia de las relaciones humanas y hasta entonces habían sido considerados elementos indisociables de la complejidad psicosocial.

Quedaba abierto, pues, el problema de la vinculación y la ruptura entre los conceptos de entropía y neguentropía que fue finalmente resuelto por Brillouin (1959) a partir de la noción de información. Se trata de la paradoja de la organización viva, cuyo orden informacional construido en el transcurso del tiempo, parece contradecir un principio de desorden, que se difunde en el tiempo. Como veremos más adelante esta paradoja tan sólo puede ser afrontada a partir de una concepción teórica que vincule estrechamente orden y desorden, es decir, que haga de la vida un sistema de reorganización permanente fundado en una lógica de la complejidad. Llegados a este punto dejaré de lado este problema, primordial y central a un mismo tiempo, para tratarlo a fondo en mi próxima obra (Le méthode). Lo importante era señalar que la nueva biología encontró las Américas buscando las Indias, pues en el propio descubrímiento que le abría el camino hacia el universo físico-químico topó con los principios básicos de la organización de la vida e hizo saltar en pedazos el cerrojo «de arriba» que le impedía el paso hacia las formas superiores de vida (las más complejas).



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El mito y la magia

La era de los cerebros de gran tamaño comienza con el hombre de Neanderthal, ya sapiens, que cede su sitio al hombre actual, último y único representante de la familia de los homínidos y del género hombre sobre la tierra. Cuando aparece sapiens, el hombre ya es socius, faber, loquens. La novedad sapiens que aporta al mundo no reside, tal como se había creído, en la sociedad, la técnica, la lógica o la cultura, sino en algo que hasta el presente venía siendo considerado como epifenoménico, o ridículamente promulgado como signo de espiritualidad: la sepultura y la pintura.

La creencia en que a través de una transformación se alcanza una nueva vida en la que se mantiene la identidad del transformado (reencarnación o supervivencia del “doble”) nos indica, por una parte, que existe una conciencia realista de la transformación, y, por otra, que hace su aparición en escena lo imaginario como una de las formas de percepción de la realidad y que el mito entra a formar parte de una nueva visión del mundo. Tanto lo imaginario como el mito se convertirán a un mismo tiempo en productos y coproductores del destino humano.







La brecha antropológica

Todo parece, pues, indicarnos que el homo sapiens siente el problema de la muerte como una catástrofe irremediable que le provocará una ansiedad específica, la angustia o el horror ante la muerte, y que la presencia de la muerte se convierte en un problema vivo, es decir, que modela su vida. Asimismo, parece claro que este hombre no sólo rehusa admitir la muerte, sino que la recusa, la supera y la resulve a através del mito y de la magia. Lo profundo y fundamental no es sólo la coexistencia de estas dos conciencias, sino su confusa unión en una doble conciencia a pesar de cuán variable pueda ser su combinación según los individuos y sociedades (llegándose al caso de una vida impregnada por la idea de la muerte), ninguna de ambas conciencias llega a anular verdaderamente a la otra y todo acontece como si el hombre fuera un sincero simulador ante sus propios ojos, un histérico, según la antigua definición clínica, que transforma en síntomas objetivos lo que proviene de su perturbación subjetiva.







Lo que nos dice la pintura

Por otra parte, el arte, es decir, la intención, habilidad, precisión e inventiva que ya los predecesores de sapiens habían desarrollado en todas sus actividades prácticas, y muy en especial en la caza, se aventura y desborda en un nuevo campo, el de los productos propios del espíritu (imágenes, símbolos, ideas) a los que daremos el nombre de noológicos a lo largo de nuestra exposición.

¿Cuál es el significado de este nuevo fenómeno? Generalmente se mantienen dos interpretaciones opuestas, una que reconoce pura y simplemente el surgimiento de una actividad artística y una vida estética que encuentran su finalidad en sí mismas, mientras que la otra integra el nuevo arte de formas en el contexto de una finalidad ritual y mágica. Desde nuestro punto de vista, se puede compaginar ambar interpretaciones, tanto más cuanto que hemos sostenido en otros trabajos (Morin, 1956, 1972) que los fenómenos mágicos son potencialmente estéticos y viceversa.



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El paradigma perdido

Sin embargo la magia no agota la significación antropológica de lo que, bajo otro aspecto, también es la eflorescencia de un nuevo universo estético.

Pero ¿acaso es posible circunscribir y delimitar la estética? Tan pronto se nos muestra como el fruto más alaborado de la cultura, que alcanza su pleno desarrollo al marginarse de las finalidades mágico-religiosas, como a modo de una cualidad universal ligada a la exhuberancia de la vida misma, que despliega su esplendor en las floraciones vegetales o en los caparazones, gorgojeos, plumajes o adornos de las más variadas especies animales.

Aún teniendo en cuento todo ello, intentaremos también, no oponer dos tipos de interpretación sino aunarlos. Tanto en el dominio biológico como en el antropológico es casi imposible aislar un fenómeno estético en estado “químicamente puro”. Desde el punto de vista biológico, todo fenómeno estético se halla siempre conectado a una semiótica, es decir, formas y colores siempre forman parte de “mensajes” de incitación sexual, de intimidación, de amenaza, etc. Desde el ángulo antropológico, la estética se halla casi siempre vinculada a al magia y a la religión, y no es raro que sea utilizada como arma de seducción o de prestigio. La estética pura sólo alcanza un pleno desarrollo relativamente autónomo en los marcos culturales más evolucionados, si bien siempre de un modo incierto y frágil para obtener el placer a través de formas, colores, sonidos y palabras, para dar carta de naturaleza al arte por el arte.

Sin embargo, la estética de las formas vivas no permite que reduzcamos sus caracteres radicales a funciones eficaces, selectivas y adaptativas, y se nos muestra como algo inmanente al juego neguentrópico de la vida, combinación, diferenciaciación y proliferación inventiva de formas. Gracias a esto pueden fundirse los lujosos juegos de la vida y la cultura, el primero de ellos en su origen y el segundo en su plenitud.

En las especies vegetales o animales el fenómeno estético se halla inscrito genéticamente, es decir, el individuo es portador, no productor, de colores y formas. Pero el hombre aporta un nuevo carácter al fenómeno estético, ya que para sapiens se trata de una producción individual ejecutada mediante una técnica y un arte determinados y que le ha sido inspirada por su cerebro. Por consiguiente, el crebro humano hace suyo un nuevo campo de compentencias, pero no sólo emergerán en forma de obras figurativas representaciones de la imagen-percepción o de la imagen-recuerdo, sino que veremos surgir del cerebro humano una proliferación creativa de imágenes que adquirirán su expresión a través de la invención de nuevas formas y de seres fantasmagóricos. A la aprición en escena del hombre imaginario cabe asociar indisolublemente la del hombre que imagina.

Así pues, por un lado, el arte se ocupará de reproducir formas, mientras que por otro, las inventará. Reproducción e invención, repitámoslo una vez más, deben ser insicritas en el marco de la magia, de la religión y, de forma más generalizada, en el de las actividades sociales, pero tanto una como otra satisfarán un placer, una emoción, propiamente estéticos.

Pero no olvidemos que tal forma de actuar se hace posible sólo gracias a que la juvenilización humana del adulto se ha traducido en la pervivencia de una sensibilidad infantil y lúdica que ha ensanchado y enriquecido su afectividad.

La sensibilidad frente a las formas visuales sobrepasa ampliamente el terreno propiamente artístico de la pintura, el dibujo y la escultura para extenderse asimismo al ámbito de las formas naturales; la sensibilidad estética en general se expande más allá del campo de las formas visuales para abrirse a los olores y perfumes, a las formas sonoras (ritmos, música, canto) y a la expresión corporal (danza). Los chimpancés, en sus “carnavales”, ya nos muestran indicios de un predescubrimiento, por su parte, del ritmo y de la danza, y parece sumamente probable que tanto el canto, como la música y la danza, encontrarán, no su origen, sino su completo desarrollo y culminación entre las sociedades de sapiens.

Podemos intentar esbozar, a través de la infinita diversidad de sus manifestaciones, el rasgo común que subyace a todo fenómeno estético. Sea contemplativa o activa, limitada a la imagen o desbordándola, concerniente de modo exclusivo al cerebro o entrando en acción todo el organismo (danza), la estética es una relación que se establece entre el ser humano y una cierta combinación de formas.

Llegados a este punto podemos introducir por analogía, y quizá no sólo por analogía, el término resonancia, en cuanto fenómeno por el cual un sistema físico en vibración puede alcanzar una gran amplitud cuando la vibración excitadora se aproxima a la frecuencia natural de dicho sistema.

Ciertamente, la sensibilidad estética es una aptitud para entrar en resonancia, en “armonía” en sincronía, con sonidos, olores, formas, imágenes y colores producidos no sólo por el universo, sino también por el propio homo sapiens. Nos enfrentamos de nuevo con el gran misterio que conecta un rasgo físico fundamental propio de todo sistema vivo (el carácter oscilatorio de los sistemas metaestables) véase incluso la nauraleza ondulatoria de la physis, con lo que hay de más sutilmente “vibratorio” en el cerebro de sapiens. Es, pues, esta sensibilidad, cuyas fuentes son físicas y neguentrópicas, la que la cultura refinará y atrofiará a un mismo tiempo al escoger su opción entre extenderla a todos o limitarla a sus privilegiados. Pero no por ello dejamos de percibir que, de repente, la estética enmarca su desarrollo más allá de su raíz biológica, para convertirse en un rasgo fundamental de la sensibilidad y el arte de homo sapiens.








La irrupción del error

Lo que de repente se convierte en problema crucial para sapiens es la incertidumbre y la ambigüedad que caracterizan la relación entre su cerebro y el medio ambiente. Esta incertidumbre tiene su origen en la regresión sufrida por los programas genéticos que regulaban los comportamientos humanos y la progresión de un conjutno de aptitudes heurísticas estratégicas (capacidades) para resolver los problemas de conocimiento y decisión. A partir de este momento se hace necesario interpretar los ambiguos mensajes que llegan al cerebro y reducir su incertidumbre a través de operaciones empírico-lógicas. Debe afrontarse la existencia de soluciones opuestas para un mismo problema o la de distintos comportamientos en vistas a una misma finalidad. Se hace necesario optar, escoger, decidir. En este sentido, el propio juego, que permite flexibilidad e inventiva, implica el riesgo del error, y el homo sapiens se ve condenado a operar según el método llamado precisamente “de ensayo y error”, incluso y sobre todo si se mantiene fiel al método empírico-lógico.

Además, la zona de incertidumbre entre el cerebro y el medio ambiente es también la que existe entre la subjetividad y la objetividad, entre lo imaginario y lo real, y tal abismo se mantiene gracias a la pervivencia de la brecha antropológica causada por el fenómeno de la muerte y el desencadenamiento de la imaginación en la vida de vigilia.

En esta zona es donde desarrollan el mito y la magia, por donde circulan fantasmas y espectros, donde la palabra, el signo y la representacón se imponen con la evidencia de la cosa y el rito exige la respuesta de un receptor-interlocutor imaginario. Es debido a la existencia de tal brecha (que, tal como veremos más adelante, es también apertura) por lo que el reinado del sapiens viene acompañado de un incremento masivo del error en el seno del sistema vivo.

Sapiens ha inventado la ilusión, el desbordamiento de un universo fantasmagórico en el seno de la vida de vigilia, las extraordinarias relaciones que se entretejen entre lo imaginario y la percepción de lo real, todo aquello que, lo veremos más tarde, constituye a un mismo tiempo el manantial del que brotan las “verdades” ontológicas de sapiens y sus innumerebles errores. De un modo más amplio y profundo, puede afirmarse que la incertidumbre de las relaciones entre el medio ambiente y el pensamiento, entre el sujeto y el objeto, entre lo real y lo imaginario (comprendida la incertidumbre acerca de la naturaleza de uno y otro) es la fuente permanente de los errores de sapiens. El error hace estragos en la relación de sapiens con un medio ambiente, en su relación consigo mismo, en la relación entre grupos y sociedades.








La ubris

El placer perseguido por sapiens, no sólo en el orgasmo sino en los demás ámbitos, no puede ser reducido a un estado de satisfacción, o lo que es lo mismo, a la realización de un deseo, a la anulación de una tensión.

Esto es válido también para aquellos estados de excitación integrales, más allá del simple placer, en los que incluso pueden rozarse los límites de la catalepsia o la epilepsia. Tanto en las sociedades arcaicas como en las sociedades históricas hay una búsqueda, a través de hierbas y/o licores, de danzas y/o ritos, de lo profano y/o sagrado, encaminada a la consecución de estados de entusiasmo, de paroxismo, de éxtasis, que en ciertas ocasiones parecen unir el desorden extremo del espasmo o la convulsión con el orden supremo en la plenitud de una integración con el otro, la comunidad o el universo. Tales estados parecen encaminados a purgar las ansiedades, a transformar en juegos y alegrías la violencia reprimida y acumulada, en delirios y estados beatíficos las alegrías. Estos estado extraordinarios, precarios, inciertos, aleatorios, y sin embargo fundamentales, son vividos por sapiens como sus estados óptimos o supremos. No es ahora nuestro objetivo elucidar la naturaleza de estos fenómenos, sino reconocer su importancia, que han dejado totalmente de lado los estudios de antropología tradicionales.

El homo sapiens se halla mucho más inclinado a los excesos que sus predecesores, y su reinado viene acompañado por un desbordamiento del onirismo, el eros, la afectividad y la violencia. Entre los primates el onirismo aún sigue circunscrito al terreno del sueño; entre los hombres prolifera bajo la forma de fantasmas, de lo imaginario, de la imaginación. Entre los primates el eros queda circunscrito al período del celo y en raras ocasiones escapa del marco de la sexualidad, mientras que en el hombre invade todas las estaciones, todas las partes del cuerpo, incluso sus fantasmas, llegando a impregnar sus actividades intelectuales más sublimes. La violencia, circunscrita entre los animales a la defensa y a la depredación en busca de subsistencia, se desborda en el hombre más allá de sus necesidades. La afectividad entre los primates, y especialmente entre los chimpancés, es ya desbordante, pero es el hombre quien le asigna un carácter eruptivo, inestable, intenso y desordenado.








La irrupción del desorden

El reinado de sapiens implica una masiva introducción del desorden en el mundo. El orden se halla en la cultura, en la sociedad, y qué duda cabe que la regresión de los programas genéticos aparece estrechamente vinculada a la programación sociocultural, al sistema de normas y prohibiciones y a las reglas de organización de la sociedad que encauzan el desorden y saben darle asueto, en especial por medio de los días de fiesta. Pero a partir del momento en que nos introduzcamos en la era de las sociedades inestables, es decir, en la era histórica, veremos desencadenarse la ubris y el desorden, los antagonismos internos, las luchas por el poder, los conflictos exteriores, las destrucciones, suplicios, masacres y exterminios, hasta tal punto que el “ruido y la furia” constituyen uno de los más destacados rasgos de la historia humana. Por eso, los desórdenes históricos aparecen, a la vez, como la expresión y el resultado de un desorden sapiencial originario.

Contrariamente a las creencias recibidas, hay menos desorden en la naturaleza que en la humanidad. El orden natural está mucho más controlado por la homeostasia, la regulación, la programación. En cambio el orden humano nace bajo el signo del desorden.




Sapiens-demens

A partir de entonces, aparece el semblante del hombre oculto bajo el emoliente y tranquilizador concepto de sapiens. Se trata de un ser con una afectividad intensa e inestable, que sonríe, ríe y llora, ansioso y angustiado, un ser egoísta, ebrio, estático, violento, furioso, amoroso, un ser invadido por la imaginación, un ser que conoce la existencia de la muerte y que no puede creer en ella, un ser que segrega la magia y el mito, un ser poseído por los espíritus y por los dioses, un ser que se alimenta de ilusiones y de quimeras, un ser subjetivo cuyas relaciones con el mundo objetivo son siempre inciertas, un ser expuesto al error, al yerro, un ser úbrico que genera desorden. Y puesto que llamamos locura a la conjunción de ilusión, la desmesura, la inestabilidad, la incertidumbre entre lo real y lo imaginario, la confusión entre lo objetivo y lo subjetivo, el error y el desorden, nos sentimos compelidos a ver al homo sapiens como homo demens.

Todo animal dotado de tales taras de enajenación habría sido, sin duda alguna, despiadadamente eliminado en un proceso de selección darwiniana. Tanto para el biologismo como para el antropologismo es del todo inconcebible que un animal que consagra tal cantidad de sus fuerzas a gozar y a embriagarse, que pierde tanto tiempo en enterrar a sus muertos, en ejecutar ritos, bailar, decorar, etc., un animal tan mal encajado en relación al medio ambiente y consigo mismo, haya podido, no sólo sobrevivir, sino alcanzar progresos técnicos, sociales e intelectuales decisivos en el marco del hostil universo de las duras y frías glaciaciones. Sin embargo, todo nos inclina a pensar que el desencadenamiento del mundo de lo imaginario, las derivaciones mitológico-mágicas, las confusiones creadas por la subjetividad, los errores y la proliferación del desorden, lejos de representar un handicap para homo sapiens se hallan, por el contrario, estrechamente vinculados a sus prodigiosos descubrimientos.

Nos vemos, pues, conminados a buscar alguna relación consustancial ente el homo faber y el hombre mitológico; entre el pensamiento objetivo-técnico-lógico-empírico y el pensamiento subjetivo-fantasmagórico-mítico-mágico; entre el hombre racional, capacitado para autocontrolarse, para durar, verificar, construir, organizar y llevar a término o culminar (achivement) y por otro lado el hombre irracional, inconsciente, incontrolado, inmaduro, destructor, iluminado por quimeras, temerario; por último, entre la expansión conquistadora del sapiens y su sociedad cada vez más compleja y la proliferación de los desórdenes y desvaríos...



No podemos seguir imputando desórdenes y errores a las insuficiencias ingenuas ni a las incompetencias de la humanidad primitiva, reducidas en el orden y la verdad civilizadores. El proceso hasta hoy es inverso. Ya no es posible oponer sustancial y abstractamente razón y locura. Por el contrario, debemos superponer sobre el rostro serio, trabajador y aplicado de homo sapiens el semblante, a la vez otro e idéntico, de homo demens. El hombre es loco-cuerdo. La verdad humana trae consigo el error. El orden humano implica el desorden. Así pues, se trata de preguntarnos si los progresos de la complejidad, de la invención, de la inteligencia y de la sociedad se han producido a pesar, con o a causa del desorden, del error y del fantasma. Y nuestra respuesta es a causa, con y a pesar de a un mismo tiempo, pues la buena respuesta sólo puede ser compleja y contradictoria”.





2 comentarios:

  1. Guayyyy! Pop, cincuentero y futurista. Se parece a este campo de basket sapiens-demens; al parecer tendencia también en arquitectura y urbanismo:

    http://ingesidee.de/project.php?dvopgid=4&lang=en&id=8&subpage=1

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  2. Dices 'el hombre de Neanderthal, ya sapiens' y sin embargo Homo neanderthalensis es una especie diferente a H. s. sapiens, NO -sapiens casi a ciencia cierta y de la que no descendemos -venimos de H.habilis -> H. erectus- (ver Arsuaga, Ives Coppens o Michel Brunet, por ejemplo), aunque bien es cierto que ya poseía conciencia propia (fase del espejo), realizaba ritos funerarios y hasta es posible que en algunos aspectos intelectuales fuera superior a nosotros, tal vez en capacidad memorística.

    Muy interesantes tus artículos, una pena que no tenga apenas tiempo para leer los autores que comentas. Menos mal que nos los resumes.

    Un saludo.

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