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jueves, 23 de junio de 2011

Observer 25 #6

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De nuevo, un split, dedicado esta vez a tres tipos que tienen en mi imaginario mucho en común: son hombres de letras obsesionados con encontrar el cambio de paradigma para su disciplina, son excéntricos, son pensadores singulares e independientes (acaso perros verdes), y el mundo del que hablan se parece mucho al que todos tenemos delante de nuestras narices. Y, de un modo directo o indirecto, han producido un discurso estético de gran pegada entre los que hacemos blogs.






Marshall McLuhan

Como pensador académico, Macluhan es seguramente un gran bluff: apenas argumenta científicamente los conceptos, sus deducciones acostumbran a estar traídas por los pelos, tiende a quedarse con el aspecto más aparentemente espectacular de sus reflexiones, salta de uno a otro asunto sin ningún orden sistemático, y sus textos parecen pensados para ser reductibles a aforísticos haikus a lo titular de la CNN. Sin embargo, sus libros permanecen como inapelables precursores de la literatura fragmentaria y delirante propia de la blogosfera. Leyendo su trabajo (o, mejor dicho, echándole un vistazo, pues sus libros acostumbran a estar profusamente ilustrados) uno no deja de sorprenderse de lo increiblemente visionario que resultan tanto la forma como el contenido: clásicos como "El medio es el mensaje" o "Guerra y paz en la aldea global" se adelantaron varias décadas a innumerables asuntos que están a la orden del día. El imparable proceso de reconstrucción de las subjetividades y el inconsciente colectivo de la mano de las nuevas redes tecnológicas, la obsolescencia de los sistemas binarios de pensamiento herederos de la imprenta, la emersión de un pensamiento más visual que textual, hecho de flashes y singularidades más que de discursos arborescentes, la globalización imparable, la sacralización de la información, la cultura de masas, la muerte anunciada de la ilustración.
Valiente, incluso temerario, casi chulesco en unas afirmaciones escandalosas para la era hippy en que fueron pensadas, Macluhan abrió numerosas líneas de fuga en el formato libro (que retorció y expandió hasta transformarlo en un artefacto multimediático que trascienda su obsoleta a través de coqueteos con la hipertextualidad), replanteó el papel de la tecnología en la vida cotidiana, y afirmó sin ruborizarse la aparición de un mundo informativo, reticular y biomecánico en el que lo social ya no se piensa como una estructura ordenada verticalmente en torno a un sistema de gobierno, sino como una máquina abstracta cuyos espasmos se organizasen en función de procesos estrictamente informativos. Memes, memes por todas partes. Aunque el cliché lo asocie únicamente a sus reflexiones sobre la televisión, sorprende al leer sus libros la tremenda importancia que dedicaba ya a las computadoras, en una época (mid sixties) en la que el IBM de 8k ocupaba casi el mismo volumen que un automóvil.
Quizás el 90% de sus reflexiones hayan sido superadas, pero acercarse a sus libros sigue siendo una experiencia tremenedamente estimulante: exudan contemporaneidad y vigencia, son antiacadémicos, un poco locos, muy ocurrentes, y tremendamente divertidos. De lectura rápida y sabor periodístico, el trabajo de McLuhan (un tío, no tan sorpresivamente, muy elegante y bien vestido para la norma entre hombres de letras) sabe a juventud, vitalidad, sensatez y energía. Eso sí: todo muy, muy a la americana, para lo bueno y para lo menos bueno.







William Gibson

«El cielo sobre el puerto era del color de una pantalla de televisión, sintonizada en un canal muerto» : esta potentísima frase abría el histórico Neuromante, obra fundacional del ciberpunk que a los niños frikis de los ochenta nos sirvió de puerta de entrada a la literatura como algo más que válvula de escape. El verdadero interés de la ciencia ficción, de la mano de William Gibson y Bruce Sterling, ya no era la fantasía escapista de sagas cósmicas, sino su dimensión de anticipación, especulación más o menos delirante sobre las formas que el futuro va dibujando en el horizonte. La literatura como mecanismo de precaución, porque la ciencia ficción de lo que ha hablado siempre es del aquí y del ahora.
Lo paradójico del ciberpunk es que, siendo a priori una corriente distópica, se desplegaba en un mundo suficientemente divertido como para que lo esperásemos con los brazos abiertos: el universo de Neuromante era el de grandes megacorporaciones planetarias gobernadas por samurais del dinero, la única resistencia posible era la de los hackers informáticos que surfeaban en el entonces neotato "ciberespacio" (término acuñado por primera vez por Gibson) , disidentes que lo eran o bien por mero placer, o bien por necesidad de subsistencia (los antihéroes de Gibson no quieren la paz para el mundo, sino únicamente sobrevivir individualmente), en megalópolis densas y multilingües plagadas de propaganda, implantes biomecánicos, mafias, drogas psicodélicas y música industrial. El universo de Sigue Sigue Sputnik descrito desde una mirada de pretendida indolencia.
Lo mejor de su trabajo es su completa amoralidad. Cero humanismo, no hay como en Huxley u Orwell la voluntad de "despertar conciencias", porque la perspectiva de Gibson es siempre la del superviviente cínico y hedonista, desapasionado y un poco inerte, acostumbrado a moverse entre líneas sin la necesidad de transformar el mundo. Algo así como una versión pulp de J.G. Ballard, quizás con un cierto aroma romántico en ese culto por las oscuridades de la noche urbana, redactados de manera muy espartana (la atmósfera busca ser seca y poco emotiva) pero en los que el supuesto universo mugriento y sórdido tiene cierto regusto a atrezzo hollywoodiense (cosa que no sucedía con el autor de "Exhibición de atrocidades") que los convierte en pop instantáneamente. Una buena manera de describir a William Gibson es describirlo como un falsificador de Ballard que finge el matiz oscuro porque, en el fondo, está fascinado con el mundo que aparentemente denuncia. En eso me siento muy identificado con él.
El problema de Neuromante es que va muy lento y está, pese a esas metáforas tecnológicas tan potentes, mal redactado: es un libro poco ameno que funciona mejor en comic (el que sacaron en Norma está muy bien) y al que le sobra metraje. Mejor los relatos cortos recopilados en el "Quemando cromo", mucho más equilibrados y que vienen a ser pequeñas versiones compatas de la novela matriz, y además ganando en ballardiano lo que pierden de hammetiano, lo cual a mi edad está muy bien. Y además, no dejan de mostrar constantemente un humor muy seco, plagado de referencias psicoanalíticas, médicas y judiciales de baratillo, una jerga tremendamente pop, donde lo moral, de tan ambiguo, desaparece.



Eloy Fernández Porta

Lo más parecido que tenemos en hispanistán al intelectual burgués a lo Roland Barthes, erudito hasta la hipertrofia, fascinado por las masas y sus automatismos culturales, observador imparcial y multidisciplinar (el tipo de autor que, en su personal cocktail de referencias, logra constituir un orden de pensamiento trasversal propio) es Fernández Porta, del que no hay mucho que decir porque apenas ha comenzado su carrera. Sus tres libros, especialmente el segundo, son ingeniosísimas arquitecturas de una cosmovisión naturalmente posmoderna, un manual de supervivencia nerd en el que colapsan Astrud, el Fútbol, Foucault, la postpoesía, Emile Durkheim, pornografía, Pynchon, Deleuze, Baudrillard, el propio Mcluhan y el recurrente William Gibson, quizás demasiado profuso en citas popológicas como para no marear al lector no friki, pero con ideas muy serias y más profundidad de la que el índice onomástico podría sugerir.
Porta es muy suyo: lo mismo pone a Bill Viola a caer de un burro, que hilvana una curiosa hipótesis sobre el art-brut para gafapastas a lo Sunn O))), o plantea el porqué el tiempo de Estados Unidos se mide a través de los partidos de la NBA, y en Europa a través de las ligas de fútbol. Un sofista de primerísima categoría al que cabe augurar un futuro muy exitoso: está destinado a ser uno de los ensayistas más importantes de nuestro país, una auténtica referencia para todos los que hemos crecido rodeados (y asfixiados) de información, perdidos en la selva de los discursos. Si alguien busca una posmodernidad bien entendida, muy contemporánea, con su sabiduría y su componente lúdico, Porta es lo mejor que conozco. Hay que seguir siguiéndole muy de cerca.


Enlace
Y ahora, unos videos



Mcluhan explicado por el maravilloso Terence McKenna




William Gibson hablando, en 1997, de la cultura de las celebrities



Fernández Porta en plan metralleta, reconstruyendo la figura de la popstar


1 comentario:

  1. Es curioso como la Historia se está convirtiendo en genealogía -sobre todo porque es agradable leerlo en post breves recopilatorios como este-. Pero hace poco he leído en un blog ( http://diagrama-sebas-marieta.blogspot.com/2010/04/que-dice-deleuze-del-diagrama.html ) que Deleuze hablaba del caos, de la catástrofe y del arte, en el cual dice cosas que creo que se pueden aplicar al momento actual, cosas como estas:

    "En Klee el primer gris es el caos pero no un caos que se opone al orden sino el caos que toma todo, el caos absoluto y va a decir cómo se sale de un caos que no tiene contrario, y esto nos importa mucho, no se trata de un caos relativo. Dice Klee que si ustedes toman en serio la idea de caos, ven que se trata de un no-concepto. El símbolo de ese no-concepto es el punto. Pero no un punto real sino el punto matemático. Es decir el punto que no tiene dimensión. Esa nada-ser. Afectar un punto de una virtud central es hacer de él el lugar de la cosmogénesis. Comienzo... El punto gris establecido salta por encima de sí mismo en la dimensión donde crea el orden. El acto de pintar es el acto que toma el punto gris para fijarlo, para hacer de él el centro de las dimensiones.
    Primer peligro: no pasar por la catástrofe, evitar la catástrofe. Otro peligro: pasamos a la catástrofe y permanecemos allí".

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