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miércoles, 1 de junio de 2011

Observer 25 #9: Cristiano Ronaldo

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1.

Ya iba tocando algún personaje verdaderamente pop en el blog, tras unos meses de oscurantismos elitistas más propios de las meditaciones de un franciscano matusalénico que de la bitácora de un geek en la flor de la vida: se acerca el veranito y para celebrarlo nada mejor que unas dosis de feromonas, hedonismo zafio, cuerpos ciclados, macroeventos televisivos y algodón de azucar para dar la bienvenida a los hervores estivales. Como cualquier ciudadano que se vista por los pies, tenemos nuestro particular santoral de héroes y villanos de papel couché, y habiendo dejado atrás la edad de rezarle a Lobezno o Luke Skywalker, mantenemos vivo el working class sense of wonder a través del más infantil de los placeres adultos: el soccer, football, futebol o fútbol. El deporte rey.
¿Y por qué deporte rey? Al que busque una respuesta erudita y sustanciosa sobre el éxito del balompié en nuestro continente le remito las páginas que dedica Ferández Porta a este particular en su brillantísimo Homo Sampler, o a los comentarios de Gustavo Bueno en diversas entrevistas, o incluso (y de modo implícito, ya que no directo) a esa Biblia de los estudios popológicos que son las Mitologías de Roland Barthes. Pero si he de ser sincero, mi disfrute de este espectáculo (su condición de deporte es debatible, y hasta anecdótica) no tiene nada de intelectual o sofisticado: en mi imaginario, el pensamiento futbolístico es más profundo en los épicos (y cochambrosos) titulares del Marca que en cualquier ensayo académico multipágina. Diría que se ha convertido en el deporte rey por las estimulantes condiciones de su reglamento, suficientemente abierto como para permitir una gran variedad de estilos y escuelas, y por la singular belleza plástica de un working class ballet de formas a medio camino entre la geometría euclidiana, la estrategia bélica y la pura fisicidad.
Siempre me ha sorprendido el modo en que los numerosos feligreses de Nietzsche desoyen en sus hojas parroquiales el fundamento último de su pensador de cabecera, que no es otro que la impotencia de la razón para dar cuenta de los espasmos pulsionales del cuerpo: un nietzscheano suele adornar sus camisetas con estampas de Kafka o Artaud, cuando en mi opinión, y por coherencia con su credo, deberían salir del armario pop y, sin tapujos, dejarse seducir por placeres mundanos tan poco ideales como el Brazzers, forocoches, Scary Movie, el pezón de Janet Jackson y por supuesto el fútbol.




2.

Estos dos últimos años he visto mucho fútbol, por más que mi círculo de amistades insista en enquistarme en el rol del snob con sombrero de ala ancha, demasiado petulante como para participar de una fiesta de modismos tan arcaicos. Me he sorprendido a mí mismo disfrutando como un enano de la épica champions y la verbena liguera, he bajado mil veces al bar yo solito a meterme entre pecho y espalda duelos rutinarios a lo Levante-Real Madrid (incluso en pretemporada), he posteado a menudo en los comments del blog de el socio, y he estado taquicárdico perdido las tres semanas en las que los clásicous paralizaron España. No he llorado porque no soy de llorar, pero he vibrado, botado, chillado, me he cagado en los muertos del árbitro y chismorreado sobre desmarques en el área como el más curtido tifoso.
El fútbol tiene su vena snob, faltaría más: no son pocos los intelectualos progres con el culo pegado a la poltrona que perfuman de aroma pop sus excelsas figuras mediante columnitas sobre el deporte de marras, o críticos de pluma cervantina cuyas épicas narraciones de los partidos parecen la reconstrucción posmoderna de las más heróicas epopeyas homéricas: ahí están Jose Sámano y sobre todo Santi Segurola, los dos nerdos de la crítica futbolística ibérica, cuyas ingeniosas lecturas de los partidos siempre tienen un plus literario de relato bien montado y argumentado en plan planteamiento / nudo / desenlace, con contrastada capacidad para hacer las delicias de los universitarios votantes del soe y lectores de premios Nobel. No obstante, esa supuesta camarilla de intelligentsia no escatima en los protocolarios signos-cliché de distinción, de tal suerte que por ejemplo "todo buen aficionado al fútbol gusta del tiki-taka" o, dicho en castellano de Salamanca, el que no sea del Barça es un mendrugo. Pues no, no lo acepto, me niego en rotundo. Acaso por aquello de negar el imperio del pensamiento único pequeñoburgués, el que os habla es del Madrid. Advierto que aquí el verbo ser no refiere ninguna esencialidad extemporánea y trascendente como suele ser habitual en los fanáticos de unos colores: en mi caso, ni nací madridista ni moriré como tal, lo soy ahora circunstancialmente y sólo mientras me siga resultando el equipo más simpático. Y desde luego, teniendo en frente a esa encarnación perversa de la hipocresía burguesa que es el omnipotente Barça from Catalonia, vivo el madridismo con la misma militancia que la resistencia francesa en 1944. No profundizaré en la dialéctica barça-madrid porque me pongo nervioso, y para desforgarme están los comments del Marca.



3.

Centrémonos: el número nueve de mi santoral 2011 es Cristiano Ronaldo, decisión libertina (y, ahora lo explico, numantina) que a muchos les inspirará un más bajo no se puede caer. Y es que lo correcto, por aquello de la coherencia bloguera, hubiese sido escoger algún otro futbolista de los que omnubilan al connoisseur del ramo, a lo Xavi Hernández u Özil (los jugadores fetiche del espectador distinguido y elegante) pero nunca a un subproducto ídolo de canis, plasticoso y envasado al vacío, vulgar ídolo de niñas tontas en la edad del pavo, como se supone que es CR7. El hecho de ser el fichaje más caro de la historia, el mayor goleador liguero de todos los tiempos, el más guapo y el más famoso, le reducen a la condición de ídolo de los gañanes, hasta tal punto que incluso mis amigos más madridistas lo enjuician con recelo, como si en el fondo no fuese tan bueno, como si su chulería autoconsciente y su divismo no fuesen compatibles con los valores tradicionales del club. Un club cuyo imaginario está construído a base de ideas como la testiculina, el enfermizo concepto del señorío, la honradez y la (falsa) sencillez: si el personaje que mejor encarna ese madridismo tardofranquista es Raúl (chico supuestamente aseado, tranquilo, cumplidor, trabajador, modesto y hombre de club), el punto chulesco y glamouroso de un Cristiano (un golden boy autoconsciente e individualista que se gusta) no termina de convencer al merengón de toda la vida, que siempre ha gustado de estrellas de imagen pública menos flasheante (el madridista-en-sí, a quien idolatra de verdad, es al übermodosito Zidane).
El madridismo sigue atravesado por una moral post-católica de sacrificio, penitencia y humildad en el que el ídolo acostumbra a ser "un chico normal" salido de la nada y aupado a los altares gracias a su esfuerzo y modestia, y que en ningún caso olvida los valores que le han aupado a ese estrellato que ejercen con responsabilidad moralizante: el arquetipo Iniesta, que detesto por ser el más hipócrita, y que va por la vida como "hombre defamilia, de barrio, del pueblo y aseao". Ese cliché intentó ser desmantelado en la primera oleada de cracks florentinos con su apuesta por el glamour del nuevo rico (momento cumbre del RM en los noughties: aquel dionisíaco cumpleaños de Ronaldo con overbooking de invitadas afurciadas) , pero hoy en día el merengue vuelve a demandar a sus estrellas honradez y normalidad, seguramente acomplejado ante un barça que no deja de vender la moto del éxito de su cantera. Cristiano, como Beckham, quizás es demasiado mono para el sector carpetovetónico del Madrí.
Resumiendo: Cristiano despierta muchos más odios de lo que se tiende a considerar. En cualquier campo que visite provoca todo tipo de improperios contra su persona, el madridismo no le perdona su fotogenia, y los culés lo han elegido como el jugador más puteable en sus cantinelas de fondo norte. Su fútbol, además, luce más en destellos puntuales que en la continuidad del jugador laborioso y esforzado. Pareciese que el pobre Ronaldo sólo convenciese a piperos mononeuronales, nínfulas en sus sweet seventeen, y hipsters que aún creen que lo peor es lo mejor.
Su condición de estrella planetaria lo denota como un gladiador 2.0, o un übermensch. Y los superhombres no acostumbran a resultar empáticos: ¿quién quiere la amistad de alguien más alto, guapo, exitoso y seductor que uno mismo? La "superhombría" es una categoría binaria cuyo interruptor sólo permite dos modos: héroe o villano.




4.

Insisto: el que busque una lectura con más chicha sobre el asunto tiene abundante bibliografía sobre el pop, el kitsch, el mito, el ídolo, el héroe, el fantasma y el grand guignol: el personaje como singularidad que no es sino la emersión del cruce de multiplicades morales de la cultura que lo produce, aunque ese cuento ya está más visto que el TBO. Lo que leáis por ahí sobre Ulises, el Cid o Marco Polo sirve perfectamente para Cristiano Ronaldo... con una particularidad: CR7 está más bueno que todos ellos.
Ya habréis advertido una curiosidad de este post: es el primero del blog en el que el protagonista aparece en todas las imágenes a pecho descubierto. ¿Qué queríais, unas fotacas de Baudrillard sin camiseta? ¡Ni de broma! Zapatero a tus zapatos, y filósofo a tus camisas de franela. Para alegrar la pupila a base de propaganda hormonal ya tenemos a las superstars of sports, y en ese terreno el reinazgo de CrisRo es, para el que suscribe, indiscutible. CR7 es un cuerpo, y un cuerpo hasta cierto punto impersonal en la medida en que lo que pueda aportar su "personalidad" resulta irrelevante: el tío tiene probablemente una única neurona, pero ello no es óbice para que su estampa luzca así de chula sin la necesidad de legitimaciones intelectuales. Sus andanzas personales, las pilinguis que le rondan o los líos en que se meta no me importan lo más mínimo. Simplemente, está como un tren, y eso es así aquí, en la China y en el Camp Nou.



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La suya es una belleza muy gay, efectivamente: tiene ese punto apolíneo en el sentido clásico (proporciones perfectas, simetría exacta, equilibrio perfecto entre esbeltez y robustez, una gestualidad que es toda ella voluntad de poder) matizada por un punto arrabalero, de cuna humilde, de superviviente, que de siempre ha resultado tan atractiva para el fandom rosa. Y ese culo, para qué nos vamos a engañar, ayuda bastante a que le miremos con ojitos. El suyo es un glamour horterilla, propio del que suple a base de talonario la carencia de un gusto educado; excesivo e histriónico en su exhibicionismo (la verdad es que, en cuanto se presenta la más mínima ocasión, Cristiano se quita la camiseta para lucir ese torso que las mancuernas le han dado): su look es al que aspiran los makokis de barrio, esos que de 9 a 5 apilan tochos o conducen la combi, y el sábado noche salen de ligoteo a superdiscotecones de bakalao latino disfrazados con t-shirts de Dolce & Gabbana versión topmanta y el pelo esculpido a base de L´Oreal fijación extrafuerte. Al volante de un coche tuneado, faltaría más. El tipo de chicos que volverían loco a un Pasolini.
Conste que ese tipo de chicos no es ni mucho menos mi tipo. Me aburren soberanamente los malotes y malotillos... pero no sé, a Cristiano lo veo diferente. Conmigo, su carisma y su six pack funcionan.
Anécdota: me da la sensación de que los marymodernos son más seguidores de Piqué, lo cual no sorprende nada a tenor de aquella legendaria instantánea, pero al catalán le falta muchísima categoría para hacer sombra a todo un Cristiano: imperdonables las últimas cursilerías en compañía de su amancebada.






5.

Bueno, tocará cerrar el post hablando un poco de su fútbol, ¿no?, porque a fín de cuentas a mí lo único que me interesa de él es verle jugar. En prensa no lo sigo, no me interesa, ni siquiera leo sus entrevistas: soy fan del Cristiano futbolista ya que no del pop star.
Mi blog de cabecera pasa asuntos madridistas es el madridistasateos (entre otras cosas, por posts como este sobre CR7 con citas de Nietzsche) y retomo la conversación que mantuve con su redactor al hilo de una entrada suya sobre las estadísticas de Cristiano en el Fifa): según él, Cristiano es el equivalente a una encarnación de su sprite en la playstation. Su fútbol es directo, instantáneo, explosivo y edificado sobre sus portentosas condiciones físicas, a la vez selvático y de laboratorio.
Lo único que puedo aportar yo es mi mirada rosa: hay un hecho que suele pasar desapercibido al espectador medio de la liga (generalmente hetero) y es la importancia del físico del jugador en la plástica del juego. Ya he mencionado que en UK se habla de este deporte como del "working class ballet", y si seguimos con el paralelismo, se da la circunstancia de que en la danza los ejecutantes han de tener un cuerpo con una determinadas condiciones aparentes, porque la estética de dicho arte se vería devaludad si los bailarines tuviese lorzas y berrugas. ¿Por qué, entonces, la exigencia de un determinado físico a los futbolistas parece un requerimiento frívolo?



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No se trata de una mirad estrictamente erótica: simplemente, le pido al fútbol una plástica que no encuentro, por ejemplo, en Messi, seguramente un jugador fenomenal pero cuyos movimientos arratonados y a trompicones, con ese cuerpecito suyo tan poco agraciado, resultan mucho menos elegantes que los de un tarzan boy como Cris, cuyas galopadas y piruetas tienen el plus de las proporciones gráciles, que no es poco. Disfruto con losmovimientos de Cristiano, o Kaká (que no es nada atractivo, pero sí luce un físico elegante y con presencia), Zidane, Benzema, Robben o el Ronaldinho de los buenos tiempos: una de las características mínimas a exigirle a un crack es un físico intachable y bien proporcionado, a medio camino entre el canon británico y el alemán, pero desde luego no el viejo arquetipo hispano del jugador con cuerpo de albañil y gesto de chimpancé: en ese sentido, algo hemos avanzado desde Sanchís a Sergio Ramos.
Bueno, acabo el post. Estos próximos dos meses no veré fútbol, entre otras cosas porque ya no hay más partidos con Cristiano Ronaldo, que son los que más disfruto. Supongo que soy fan, a medio camino entre el fan de New Kids on the Block y el de Sonic Youth. Cristiano satisface ambas vertientes: el componente hormonal y veraniego para la fan histérica que hay en mí, y la calidad con fundamento para el aficionado snob. El pop como pulsión dionisíaca, y el pop como forma democrática de conocimiento. Estoy deseando que llegue el día en que le vea levantar la décima, seguro que ese día estará más guapo que nunca, como un héroe pulp al final de la película: habrá conseguido la chica, y el malo ya no levantará cabeza.


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