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sábado, 23 de abril de 2011

Arte / facto #10: El plan D



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Textos extraídos de
Las estrategias fatales,
de Jean Baudrillard










Esta desobediencia secreta
de un grupo a sus propios principios,
esta inmoralidad y esta duplicidad profunda
¿no reflejan el ordenamiento universal?

Hay que despertar el principio del Mal
viviente en el maniqueísmo y en todas las mitologías
para afirmar,
en contra del principio del Bien,
no exactamente la supremacía del Mal,
sino la duplicidad fundamental
que pretende que un orden cualquiera
sólo existe para ser desobedecido,
atacado, superado, desmantelado.








Para que una cosa viva,
es preciso que muera el dios que la encarna.

Ahí aparece la regla fundamental:
para que un grupo,
para que un individuo viva,
jamás tiene que buscar su propio bien,
su propio interés, su propio ideal.

Tiene siempe que buscar en otra parte,
al lado, más allá, adelante,
como el combatiente en el arte marcial japonés.

De nada sirve querer reconciliar los dos principios.
La duplicidad es estratégica, es fatal.







Esto coincide con la regla del juego que afirma
que un grupo o individuo
jamás debe tender a su propia conservación.

Si quiere realmente ejercerse,
tampoco el poder debe buscar nunca su propia continuidad:
debe buscar en algún lugar su propia muerte.
Sin lo cual cae en la ilusión del poder,
en el ridículo del engendramiento perpetuo,
de la concesión perpetua del poder.

Si no entiende eso, será barrido.
Si el grupo no lo entiende,
también se perderá.

La institución de poder se refleja
en la necesidad equivalente de su muerte.





Los dirigentes actuales
creen en su virtud
porque creen en la designación de los pueblos.
Sólo poseen del poder una estrategia banal.

Pero otros políticos han sabido
que el poder nunca es esta facultad unilateral
de disponer de la voluntad de los demás,
sino siempre el ejercicio sutil y ambiguo
de su propia desaparición.

Saben que el poder,
al igual que la verdad,
es ese lugar vacío
que hay que saber no ocupar nunca,
pero que hay que saber producir
para que los demás se precipiten en él.

El poder que ocupa este lugar,
el poder que encarna el poder,
es obsceno e inmundo,
y tarde o temprano
se hunde en la sangre
o en el ridículo.

Toda estrategia de una subversión inteligente,
nunca tiende a apuntar frontalmente al poder y a oponerse a él,
sino a llevarle a ocupar la posición obscena de la verdad,
la posición obscena de la evidencia absoluta.

Pues ahí es donde, confundiéndose con lo real,
cae en lo imaginario;
ahí es donde ya no existe,
por haber violado su propio secreto.






Y eso es lo que mata:
la simulación siempre es el arma más eficaz.

Basta con aniquilarse
delante de quien os niega
para obligarle a desviar contra sí mismo
toda su fuerza de inercia.







Conviene recordar que el poder gira
en torno a una mostruosidad secreta,
y que elevar a alguien al poder,
es sumirle en el ejercicio difícil,
siempre al borde del ridículo,
de un privilegio sin contrapartida.

Sólo podemos salir de ahí
a través de la ambigüedad y la duplicidad.

Si elimináis cualquier incertidumbre
al ejercicio de su fuerza,
le condenáis sin apelación posible.

El principio mismo del Mal
reside en la ironía objetiva
y en las estrategias que se desprenden de ella.

Todas las épocas,
todas las filosofías,
todas las metafísicas
han formulado en un momento determinado
la hipótesis de una burla,
de una irrealidad fundamental del mundo,
o sea, en realidad,
de un principio del Mal,
y siempre han sido aborrecidas y abrasadas
por dicho motivo,
que es el pecado absoluto.





La irrealidad del mundo y su corolario,
la omnipotencia del pensamiento,
sólo han sido pensadas rigurosamente
por las sociedades sin realidad
(mejor que sin historia o sin escritura).

Todas las mitologías,
todas las religiones nacientes
han vivido de una violenta denegación de lo real,
de un violento desafío a la existencia.

Y todo lo que niega y desafía la realidad
está sin duda
más cerca del mundo por el pensamiento.

Se ha convertido a la ironía
en una forma mefistofélica,
pero no es más que lo que filtra todas las cosas
y las preserva de la confusión.

Filtra las palabras,
los espíritus y los cuerpos,
filtra los conceptos y los placeres,
y los preserva de la promiscuidad
y de la coagulación amorosa.

Juega de una forma a otra,
en la anamorfosis,
juega de una especie a otra,
en la metamorfosis;
así la copulación de los dioses y de los hombres,
en el mito griego,
es irónica.



Tanto la necesidad de la ironía
como la del placer,
forman parte
de la necesidad del Mal.









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