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martes, 22 de marzo de 2011

Observer 25 #15: Jigglypuff


Hubo una época (diría que a caballo entre los nineties y los noughties) en la que el peso de Japón en la cultura pop más o menos snob era monumental: las tipografías de los discos de techno buscaban recordar los pictogramas nipones, las editoriales españolas de comic estaban en plena fiebre oriental al rebufo de Akira y Dragon Ball, el twee pop se asombraba de la estética de shibuya, las siniestras adolescentes se trasmutaban en gothic lolitas de inspiración tokyota, el cine japo atravesaba su particular edad dorada (ahí estaban los Kitano, Tetsuo, toda la saga de terror oriental...), la arquitectura japonesa asombraba al mundo con su blanca evanescencia, el lowbrow utilizaba iconografía kitsch oriental de los años 60 (Godzilla y derivados)... El pop japonés solía ser amable, naive, bonito, colorista, y en el fondo festivo y positivo. Todo lo que llegase del país del sol naciente parecía ser kawaii, supercute. Incluso el hentai, tan en boga por entonces, inspiraba una cierta inocuidad: sus seguidores eran nerdos que jamás habían roto ningún plato.




Como utopía del positivismo capitalista (pues tal era el rol de Japón en la escena cultural global), la viabilidad de aquella cultura está hoy más en entredicho que nunca. Como en cualquier otra catástrofe humana, las crisis de gestión evidencian toda la mierda que se había escondido debajo de la alfombra, los flecos de un campo social demasiado optimista ante la tecnología, la enajenación de una sociedad que bajo el aparentemente encomiable culto al "nosotros", corre el riesgo de aplastar las singularidades y disidencias.
Era muy curioso el hecho de que en la iconografía japonesa, el autor no supone más que un matiz en la obra, porque ésta puede interpretarse, antes que nada, como japonesa: el manga, por ejemplo, utilizaba una estética común, esencialmente impersonal y en el que la autoría se reducía a detalles meramente caligráficos. La nipona es una cultura que no apela al yo, lo cual en principio es muy encomiable... hasta que en situaciones como la presente nos damos cuenta de que esa actitud puede degenerar en esquemas sociales orwellianos. No me extenderé, porque mis razonamientos a este respecto son demasiado incorrectos: como otaku convencido y japanófilo de primera, estoy muy decepcionado con el comportamiento del pueblo japonés en esta catástrofe. Pero dejemos el asunto para otro momento.




Hoy quiero hablar de mi pokemon favorito, y el que más se ajusta a los temas que hemos estado hablando en el blog. Pokemon (anime y juego de cartas) fue la típica fiebre kleenex que le dura un par de temporadas a los chavales que la vivieron, y a la que llegué ya muy tarde. Nunca fuí espectador habitual de la serie, pero cuando me coincidía ver algún episodio me lo pasaba bomba: era una historia muy divertida, muy amable y colorista, los buenos siempre ganaban y los malos no eran más que inocentes traviesos con malas pulgas. Era inofensiva, una fiesta en la que los protagonistas (monstruitos peludos con excéntricas habilidades, fuertemente icónicos, diagramáticos, hechos con un par de trazos y en un solo pantone) resultaban absolutamente encantadores. Cada bicho tenía un poder que utilizaba para el bien o para el mal en función de quién se apropiase de ellos: el pokemon no era más que un instrumento en manos de los humanos, que en última instancia eran los responsables de sus fechorías o heroicidades. Pero, como digo, en el fondo todos los pokemon eran buenos finalmente. Eran supercute.
Mi favorito era y es, con muchísima diferencia, el que considero más intensamente metafórico de todos ellos, el más jungiano, y el que con más sutileza combina ternura y perversidad: el legendario Jigglypuff. El pokemon hipnotizador. O sofronizador. El Pokemon überbau.
En general, estos bichos funcionaban a base de mamporros o violencia de cualquier tipo: superfuerza, rayos energéticos, electricidad, huracanes... todos ellos utilizaban poderes que operaban mediante un impacto sobre el cuerpo de su rival. Jigglypuff no: él utilizaba únicamente su voz. Es cantante, y de hecho su tupé es un homenaje a Elvis. Mientras los demás se enfrascaban en todo tipo de batallas a base de puntapiés y puñetazos, él no necesitaba unirse al cuerpo a cuerpo, porque su fuerza se basaba en la capacidad hipnótica de su canto: con su extraña cantinela, anulaba la capacidad combativa del contrincante y vencía a todo el mundo, al más puro estilo hipnótico. Su pavorosa nana sideral lo hacía un enemigo francamente dificultoso, frente a los que los punch, smash, kick y collapse de los contrincantes más forzudos no tenían nada que hacer. El sueño nerd hecho realidad.



Su pavoroso encantamiento tomaba cuerpo en su figura redonda, rosa y supercute, el más achuchable de los pokemons y el menos musculoso también. Por ello, hubo una época en la que en Estados Unidos había una corriente conspiranoica que especulaba con la posibilidad de que estos conocidos bichitos fuesen una maniobra del gobierno japonés para controlar las débiles mentes de los niños occidentales y ganarse sus subjetividades para los más pérfidos objetivos: de hecho, si buscáis en google "jigglypuff mind control" os encontráis con 82.200 resultados. De toda aquella paranoia conspirativa saldría mi episodio favorito de South Park, el de los legendarios Chinpokomons.



La metáfora funciona a las mil maravillas: estos dibujos kawaii e inocuos pueden leerse como un dispositivo psicosocial en términos casi marxistas, y los niños lo saben. No es una fábula nueva (el recelo ante la voz es milenario, ya presente en las aventuras de Ulises a través de los cantos de sirena) pero su encarnación contemporánea en la figura de Jigglypuff es especialmente ingeniosa: un bicho adorable que anula a sus enemigos con el uso de una cantinela hipnótica. Cada cual que haga su propia lectura del personaje.

5 comentarios:

  1. Estoy deseando encontrar una pokemon jigllypuff que me hipnotice con sus cantos de sirena.

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  2. No conocía al "personajillo" ese, pero tuve un amigo que se puso a estudiar japonés sólo porque le gustaba mucho la serie Neon Genesis Evangelion y sus implicaciones psicoanalíticas

    http://es.wikipedia.org/wiki/Neon_Genesis_Evangelion

    Los orientales me resultan muy muy lejanos, pero tal vez tengáis razón y haya que verles con otros ojos -.-

    Y al margen de los japos te envío otro ml. a cdf

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  3. http://www.youtube.com/watch?v=eEHxJOxa5ew

    -x-

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  4. Bios, no te dejes hipnotizar!!! no prefieres ser tú el que hipnotiza?? jigglypuff era hembra, de hecho creo que se ligaba a Pikachu (que es el pokemon jefe, más o menos).
    Arte, en el manga hay siempre un subtexto bastante perverso. los japos parecen siempre muy finos y elegantes, pero en el fondo son supercerdos... se dice (no sé si es leyenda urbana) que en Tokyo hay máquinas expendedoras de bragas usadas de colegialas, imagínate, allí Freud se pondría las botas!!! lo cual nos lleva al video de x...

    Voy a ver ese mail. thank!!!

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  5. Nunca se llega tarde a pokémon, personita. Lo de historia muy amable e inofensiva diría que no, si mal no recuerdo había un capítulo donde literalmente mataban a ash tirándole un candelabro encima y su alma se iba con haunter y su equipo calavera por ahí. Estoy de acuerdo en que los pokémons eran supercutes, pero no creo que fueran una máquina para el humano, se le veía que tenían conciencia, el escuadrón squirtel por ejemplo. ¿dónde está la perversidad de gigglpuff? Para mí, es la cosa más mona. ¿Cómo va a ser perversa una bola rosa? Aunque es increíble que no meta de hostias al resto, no es el único que lo hace, por ejemplo: hipno, gastly, klefki… Todo puede ser un dispositivo de control mental si lo sabes hacer bien, no solo las bolitas rosas, cutes y melódicas. Muy guay el blog, creo que llego algo tarde pero todo interesante 👍🏻

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