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viernes, 4 de febrero de 2011

Pathologías, lógica del pathos #1: Dos formas de amor


1. A menudo me pregunto cómo es posible que los ginecólogos puedan mantener vivo su deseo sexual: acostumbrados a percibir el cuerpo como un sustrato biológico hecho de fluidos, tejidos y hormonas, la imagen que han de tener de la genitalidad se me antoja muy poco erotizante. Si en el ejercicio de su profesión los cuerpos no son más que máquinas biológicas de nervios y carne, gobernadas desapasionadamente por imperativos bioquímicos, uno diría que compatibilizar ese abordaje radicalmente médico con uno deseante es de facto una aporía.
El deseo se puede explicar de mil maneras diferentes, pero siempre presupone un imaginario: al menos en las sociedades que habitamos, el erotismo está inevitablemente investido de una mística, de un encantamiento capaz de trascender lo estrictamente genital (nivel infrastructural) en un tótem, un fetiche superestructural. La subjetividad suele construir estructuras mentales muy sofisticadas para articular nuestro sistema deseante libidinal, edificando complejísimas máquinas imaginarias capaces de canalizar la fuerza bruta de la genitalidad en las relaciones políticas, simbólicas y económicas de la vida cotidiana… y viceversa. Desde Freud, pareciese que el mundo fuese un enorme burdel cuyos clientes se esforzasen en disimular y/o autoengañarse.

Psico-sexual” es un término redundante: no hay frontera posible entre logos y pathos, que forman una prototípica cinta de moebius, que contiene dos términos entre los que no existe una frontera conformada. Lo mismo sucede con “psico-social”, aliteración de un habitus que es siempre tan individual como colectivamente inducido: por tanto, modelizar la termodinámica de los comportamientos “socio-sexuales” es resolver una ecuación indeterminada con infinitas soluciones, en las que X e Y son siempre correlativas. Cada sujeto es un resultado de esa ecuación.

De todos los erotismos posibles, como digo, el propio de los ginecólogos me parece el más necesariamente complejo, el más perverso. Uno diría que el médico ha de contemplar el cuerpo desde dos ópticas incompatibles: una mirada técnica durante el ejercicio de su profesión, y una deseante en su vida privada. ¿O no necesariamente? ¿No es acaso el erotismo la maquinaria que permite compatibilizar ambas perspectivas? Sobre esta tensión entre genitalidad y erotismo encuentro una paradoja fundamental.
El cine de David Chronemberg ha discurrido mucho por los esquivos meandros de la sexualidad en toda su complejidad dual, a la vez bioquímica prosaica, y mística sagrada. El film que más conscientemente explora esta frontera es la magnífica “Inseparables”, disección desafecta de los mecanismos deseantes de dos hermanos gemelos, ambos ginecólogos, que han construido su imaginario erótico a partir de sus conocimientos médicos: en la película, las escenas eróticas son como documentales ginecológicos, ya que los protagonistas han conseguido convertir en morboso el cuerpo considerado en su estricta carnalidad médica. Es un film tremendamente desconcertante, su planteamiento de la sexualidad es de una maquinalidad insoportable, ferozmente seco y simultáneamente morboso y mórbido. Es la sexualidad del post-humanismo: el deseo vacío de toda consideración moral o humana, el fetichismo de la bioquímica. La mirada médica como perversión definitiva: propuesta como digo paradógica, al definirse la perversión como "la desviación del instinto sexual". ¿Cómo puede ser una perversión el estricto objetivismo médico, una de las formas menos socialmente condicionadas de contemplar el cuerpo? ¿No sería la suya la mirada menos desviada de entre todas las posibles?
Esa forma de desear es, en los manuales de patologías psicosexuales, la propia de los psicópatas: aquellos que no necesitan la empatía para construirse un erotismo, aquellos capaces de construirse un imaginario erótico en el que el objeto de deseo es sencillamente carne. Carne circunstancialmente humana, pero vacía de todo referente emotivo. ¿La sexualidad de “lo real”? La misma definición de "psicopatía" nos da la clave: es el deseo que no tiene en cuenta ninguna consideración social. El deseo sociópata, que escapa del socius a través del cuerpo despersonalizado. En todo caso, una sexualidad patológica. Pathos-lógica.

Incluso el porno más mundano y mecánico requiere un mínimo componente imaginario, el despliegue de una situación que invista al acto sexual de cierta magia, de cierta ensoñación. De hecho, las páginas pornográficas clasifican sus videos por temáticas concretas (que pueden referir a una parte del cuerpo, un fetiche o un juego relacional) porque no hay un porno “en general”: el deseo necesita siempre ser focalizado, matizado, concretado, dirigido a algo y no a todo. Hay quien desea MILFs negras y hay quien prefiere adolescentes rusos, pero se desea siempre algo.
Hay mucha pornografía que utiliza la ginecología como fetiche, que explora la condición médica del cuerpo como estímulo del deseo: videos en los que el latex, las máquinas de exploración genital, la estética del quirófano y la terminología de vademécum son los anzuelos erotizantes para el espectador.
Pero no es una variante especialmente psicopática dentro del ramo: si lo psicopáthico es lo opuesto a lo empáthico, incluso las formas más delirantes de deseo requieren siempre de una empatía, de la búsqueda de comunión con un otro subjetivado, soñado. El deseo, opino, nunca es frío: acaso pueda serlo formalmente, por comparación con las viejas formas de “calidez humana”, pero su raíz es siempre amorosa. Incluso el deseo carnal y genital de los protagonistas de “Inseparables” es una forma de amor, de amor socialmente psicopathico, pero de alguna manera, empáthico. Empathico con el cuerpo despersonalizado.



2. Ahora vamos al caso contrario, la interesantísima “El seductor” de Don Siegel que recomendaba Arte hace unos días. Se trata de un ingeniosa perlita muy de su época, aquellos tiempos en los que los Scorsesses, Coppolas, Bogdanovichs y compañía empezaban a asomar la cabeza en el panorama cultural americano tras la debacle hippy, con su estética de izquierda suave, progre. Pero el caso Siegel es una curiosa singularidad: afín al cine de género (policíaco), al clasicismo narrativo del western fordiano, y al cuento moral europeo tan de la época, su peli podría alinearse más bien junto a clásicos de la fábula claustrofóbica y obsesiva que por entonces cultivaban Marco Ferreri, Roman Polansky o nuestro Carlos Saura. Cine moral, perverso y valiente, propio de cuando Freud era considerado el faro capaz de poner luz en los recodos en sombra de las neurosis familiares.
El planteamiento es muy diagramático: un renegado herido en la guerra, arquetipo de superviviente cuya única moral es la que le permita mantenerse a flote, da con sus huesos en una congregación religiosa en la que sólo hay mujeres. Mujeres reprimidas, cuyo orden social es mantenido en base a la renuncia al deseo: un planteamiento que remite tanto a Levi-Strauss como a Wilhelm Reich.
Su irrupción supondrá una alteración insoportable en el orden tenso que mantenía a la congregación unida: su presencia desatará una pequeña revolución en la sombra, en la medida en que cada una de ellas verá en él una “línea de fuga” que les permita huír de un orden social que, ahora se dan cuenta, les resulta insoportable. El comportamiento unísono anterior a su llegada, es hora disuleto una vez cada una de la chicas descubre su individualidad, la singularidad del deseo egoísta, incompatible con la rectitud moral que mantenía a la tribu cohexionada. Hasta cierto punto, el desorden que trae consigo el seductor es el propio de un espejo: en su figura las mujeres ven proyectadas las renuncias inconscientes que las han mantenido unidas. El desvelamiento desatará una crisis que desembocará en trágicas consecuencias. Y hasta aquí puedo leer, por aquello de no spoilear.
En el caso de Chronemberg comentaba el tipo de deseo desnudo, animal, anti-pathico propio de un ginecólogo que abordase la cuestión sexual como estricta genitalidad. “El seductor” es un planteamiento casi antitético: aquí el despliegue de la máquina deseante es subsidiario a su impacto sobre el socius, es un mecanismo de desestabilización social auntes que una pulsión realmente libidinal. No obstante, es un deseo innegablemente perverso. Una colectividad articulada en torno a su renuncia común a “Lo deseable se ve amenazada por el afloramiento imparable de las pulsiones corporales, que desbordan completamente las estrías de un plano social incapaz de contenerlas. Deseo de los cuerpos, estricta emergencia de las profundidades, que implosionará los códigos sociales que lo negaban y ocultan. Reich diría: "¡es la liberación del deseo puro!". Yo diría: es otra forma de deseo socialmente producida, implícita en el orden previo.
El planteamiento del guión es completamente psicoanalítico: lo libidinal preexistía como latencia, como un inconsciente que desviaba la energía del cuerpo hasta gangrenarla en forma de neurosis psicosocial. Hasta cierto punto, la congregación ignoraba cuál era la naturaleza de su lazo social hasta que el objeto de deseo hizo acto de presencia desatando la fase psicótica necesaria en toda práctica del desvelamiento” de lo reprimido.
En el film, el deseo remite a un orden social. Los cuerpos son subsidiarios, lo que ellas desean no es al seductor-en-sí, sino a su espectro social, a su Figura, su Personaje. Nada más lejos del amor "saludable". Ha sido él, pero podría haber sido cualquier otro: circunstancialmente y con el viento de cara, su aparición ha sido la chispa casual que desata el incendio. Es por tanto una forma de deseo tan impersonal como la propia del ginecólogo: el seductor no es “una persona”, su singularidad no importa, su humanidad es lo de menos. Sólo opera en cuanto operador abstracto, en cuanto conmutador de estados deseantes. Es un interruptor, enciende una luz, no tiene ni voz ni voto en los acontecimientos. No es ni cuerpo ni espíritu: es un objeto social. No hay aquí ninguna forma de empatía verdaderamente humana. Se desencadenan acontecimientos patho-lógicos, psicopáthicos.



3. ¿Se desea al qué o al quién? Es una pregunta interesantísima. Pongo un ejemplo un poco brutto, partiendo de la forma deseante de “Inseparables”. Imaginemos a un hombre al que le gustan las chicas con las piernas largas, y se enamora de una que cumpla esa querencia suya. ¿Ama a la mujer o a sus piernas? ¿Está la mujer cosificada en el imaginario del que la corteja? Si el mismo hombre encuentra una mujer con las piernas más largas ¿abandonará a su enamorada inicial? Son procesos inconsciente, evidentemente.
Del mismo modo, en el caso de “El seductor”, si el arma de seducción del protagonista no es su persona sino su papel en el cuerpo social, ¿no es acaso intercambiable por un equivalente? ¿no es ese deseo méramente circunstancial, dependiente de eventualidades sociales mucho más que personales?
Llego ya a donde quería llegar. Desear, amar, no es un asunto concerniente a individuos moralmente trascendentes, a la Persona clásica. En la dialéctica deseante, el sujeto sólo puede ser portador: portador de deseo libre, o portador de objetos de deseo. Pero en cuanto humano, no puede participar de la batalla: tan sólo asistir a ella, y sobrevivirla.
La lógica deseante hace del amor una actividad inhumana, carente de empatía, no hay en ella amistad (penúltimo argumento del viejo humanismo), es hermana de la locura, estrictamente patho-lógica.
El amor incondicional, deseo incondicionado, es una aporía. Sueño trascendente, culpabilizador y, de facto, pesadillesco.

3 comentarios:

  1. Jo, qué "cocina" más elaborada te gastas de vez en cuando. El "plato" estaba bueno, pero ahora tengo que hacer la "digestión".

    Lo que me sugiere es que uno desea aquello de lo que carece pero ama a lo que se parece. Paradoja imposible de "durar" interseccionada. Cortocircuito del cual uno "tiene que" salir indemne, efectivamente, pero para poder entrar en "otro" atractor "extraño".

    Aunque como dice Vivien Leigh al final de la peli "Un tranvía llamado deseo": "qué agradable es la amabilidad de los extraños".

    Un concepto que ha seducido a trescientos cuarenta millones de personas JÓVENES el pasado año, y que significa sin duda el mayor zeigeist del FUTURO, supongo. Y ciertamente "parece" que ha pasado desapercibido por los "científicos".

    http://www.youtube.com/watch?v=qrO4YZeyl0I

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  2. Desde luego Lady Gaga se ha convertido en un fenómeno tremebundo e inesperado... tiene ese "algo" que tiene a la juventú embelesada. De hecho, ya hay quien dice que el dance es el nuevo hip hop.

    Para estos temas, la verdad es que soy un poco más de Beyoncé. Más clásica, ya lo sé, pero tiene tres o cuatro temas espectaculares. Creo que voy a poner un post con mis favs suyos!!!

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  3. Guay! Tuselecciones musicales "funcionan" como fabulosos atractores "extraños" o "para extraños" (lo mismo da que da lo mismo)

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