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lunes, 27 de septiembre de 2010

Ladrillos #3: Hegel y Tintín







André Ricard "Diseño, ¿Por qué?"

Siendo como somos por aquí ya talluditos, quizás alguno recuerde una estupensa revista de cómic que sacaba Norma en los 80, y que se llamaba "El Cairo". En aquellos tiempos en que los mensuales tebeísticos vivían su edad dorada (estaban el Cimoc, Zona 84, Makoki, El Víbora, Metal Hurlant, Creepy...), "El Cairo" era la biblia de la Línea Clara, un estilo urbano, elegante, sofisticado, amable y snob que se practicaba sobre todo por la parte de Francia y Bélgica. Para entendernos: la línea clara era el término usado para referirse a los imitadores de Hergè. Historias de aventuras en las que sabes de antemano que todo va a salir bien, cierto regusto de erudición pulp, rubias tontas y héroes voluntariamente tópicos... Comedias sencillas a lo Billy Wilder, más orientadas a la sonrisa que a la carcajada, y con muchísimas referencias culturalistas en la senda del Umberto Eco de "El péndulo de Foucault". Recuerdo que en "El Cairo" de vez en cuando publicaban historias que estaban protagonizadas por... ¡arquitectos que ocultaban una doble vida a lo Indiana Jones! ¿Cómo es posible semejante bizarrada? ¡Una idea tan desmadrada resultaría impensable hoy en día! Aquel extraño y coyuntural culto a la figura del "intrépido ilustrado" se debía probablemente al hermanamiento que por entonces existía entre la gente del diseño industrial y la del cómic, siendo muy habitual la permeabilidad entre una y otra profesión. Eran frecuentes los personajes como Mariscal, que lo mismo te diseñaban una silla que te dibujaban una historieta de animalitos fluyendo por la barceloneta. Era la época del "¿diseñas o trabajas?", el auge de la industria del design from Catalonia, y muchos de aquellos excéntricos "diseñadores en general" hablaban de sí mismos como "hombres del Renacimiento": omniscientes, cultivados e hipersensibles, se sentían capaces de enfrentarse a cualquier proyecto con un lápiz y una goma.
Bien es verdad que toda aquella fiebre diseñil que en España entró como un vendaval bajo la promesa de europeísmo y modernidad, ha envejecido muy malamente. Cierto arte español de aquella época, también flirteando a menudo con el tebeo (gente como Pérez Villalta, las Costus, Ouka Lele, la factory Almodóvar...), con aquellas estridencias y barroquismos posmodernos, se ha quedado rapidísimamente obsoleto. Revisar hoy en día "El Cairo" produce a veces sonrojo (no por los aportes francobelgas, donde brillaban maravillas como Chaland o Dupuy, sino por horteradas españolas a lo Daniel Torres)... y recuperar la prensa arquitectónica y de diseño de la época da un poco de grima. Bofill ya se había vuelto medio tarumba, Philippe Stark era un semi Dios, Alessi sacaba teteras con las orejas de Micky Mouse...Nos hacemos una idea, ¿no?
Bueno, pues me he leído esta semana un libro que sacó en 1982 uno de los grandes popes del diseño mediterráneo de aquellos tiempos, don André Ricard. Se trata del típico ensayo que los grandes divos escriben como "su testamento intelectual" en cuanto se saben respetados, con los manierismos propios de dicho género literario: tufillo adoctrinante de "os habla la voz de la experiencia", grandes verdades resueltas de un plumazo y con trazo grueso, tendencia al romanticismo ñoño, condescendencia cómplice hacia lo humano demasiado humano, y voluntad de Gran Clásico. Ricard echó los restos en su redacción (está escrito con mucha corrección, el índice onomástico es nutrido y bien elegido, las citas cultas a gente como Simondon o Foucault no rechinan, y todo sigue un hilo conductor bien articulado) pero el contenido resulta asombrosamente... ¿Cómo decirlo? Valiente, por la temeridad de inventar definiciones sencillas sin necesidad de darle muchas vueltas; ingénuo, por lo que dichas definiciones dejan en el tintero; simplista, por la manera en que despacha temas muy complejos... pero finalemente redondo, porque la estructura de pensamiento a la que da voz es una narración coherente, sólida y que ha funcionado como un cohete durante décadas.
Su discurso es el mismo que nos enseñaban en Estética en la escuela: funcionalismo a martillo pilón, rebajado con algunas gotas "antropológicas" de garrafón que suenan al resolutivo y manido "lo humano en el fondo es el mismo en Atapuerca que en Dubai" a lo Levi-Strauss. Movimiento Moderno suavizado por Rossi y Venturi, ese tipo de ideas a las que nadie termina de darle la estocada final, tan omnipresentes en la literatura arquitectónica que se han convertido en algo parecido a un falso "sentido común": la tesis se puede resumir en que diseñar es pensar artefactos que sean cucos, donde la forma siga a la función, y cuyo aspecto dé cuenta del "espíritu de su tiempo". ¡Qué cómodo simplismo! ¡Qué alegre temeridad! ¡Qué sencillo era todo siguiendo ese planteamiento! Mi disconformidad con el punto de vista de Ricard es absoluta: lo suyo es una dialéctica de la historia muy romántica, todo se basa en el sentido hegeliano de la historia como realización del espíritu, y donde una mano invisible se encarga de que cualquier cambio equivalga a progreso: Ricard propone con total impunidad la idea de que existe un estado Final de perfección de cualquier artefacto en la culminación de su propia historia, y que él denomina "ortomorfia", concepto delirante donde los haya y cuya nomenclatura es chorizada de la biología, que al final y según este tipo de ideólogos, es el paradigma último del artefacto. Por no hablar de los sonrojantes capítulos en los que recupera el topicazo de la industrialización como intrusismo alienante del paraíso artesanal premoderno, la reivindicación del calor humano y sabio de "el noble artesano en contacto con el pueblo" (leyendo ese pasaje, se me ocurre preguntarle a Ricard si los promotores-gañanes desertores del arao que afean nuestras ciudades, Pocero y adláteres, se corresponden con "la voz del pueblo" a la que se refiere). No obstante, y pese a todas estas objeciones (la lógica generacional manda) al final es un ensayo súper ameno y entrañable, pero que asombra al constatar la cándida alegría que había en el pensamiento arquitectónico de aquella época.
La sensación que me queda es que, comparativamente, hoy en día las cosas son mucho más ambiguas, difíciles y tenebrosas: los arquitectos y diseñadores atraviesan una particular época oscura en la que el miedo a un devenir de las ciudades que se nos anuncia abismal, hace que todo sea mucho más complicado, retorcido e incierto. Sería impensable leer en voz de un proyectista de hoy en día el tipo de proclamas que alegremente suelta Ricard con total impunidad, teniendo en cuenta la severidad, nihilismo y antiromanticismo del que hacen gala los grandes ideólogos de las ciudades de hoy. Creo que hoy la profesión ha "echado callo", hay miedo al futuro, hay mucha inseguridad respecto a que todo cambio sea consustancialmente un progreso, tenemos un sentido de la responsabilidad mucho más grave y culpabilizador.
He escaneado las páginas que considero más ilustrativas del libro, el capitulito en el que mejor se entiende su tesis y su ideología: si me pusiese a enumerar los peros que le encuentro, creo que no quedaría una línea sin comentar, porque todo lo que dice es muy discutible. Es, ya digo, una lectura muy interesante por la alegre temeridad con la que va ventilando los temas, como si el en fondo las cosas no fuesen tan difíciles como pensamos. Y pese a no estar de acuerdo con su planteamiento, el libro da muy buen rollo, inspira confianza, retrotrae a unos tiempos en los que la falta de prudencia se suplía con grandes dosis de optimismo. Cómo han cambiado las cosas. Pero es que, coño, desde 1982 han pasado ya casi 30 años.
El escaneo es una cacota, ya lo sé, pero el que quiera calidad que se compre el libro, pues menudos son los catalanes cuando se les piratea :-D

5 comentarios:

  1. "los arquitectos españoles han ganado más premios que la Roja"
    http://www.elmundo.es/elmundo/2010/09/23/suvivienda/1285256242.html?a=OUT21d2819913da9cbd6c862b03223293f9a&t=1285620191

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  2. Quién se anima a regalarme esto?
    http://365comicsxyear.blogspot.com/2010/06/20-06-doctor-13-architecture-and.html

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  3. venga va, te lo regalo yo, toma, pilla:

    http://365comicsxyear.blogspot.com/2010/06/20-06-doctor-13-architecture-and.html

    -de nada-

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  4. Seguro que en la extensa bibliografía de ese libro, no aparece la “Crítica de la razón instrumental” de Horkheimer.

    Aunque yo iría un poco más lejos que Horkheimer.

    Creo que la función del ejército armado -creado por las “élites”- ha sido sustituido por otro ejército más sutil, cuya única función es -y ha sido siempre- la misma, acojonar al individuo desde las instituciones sociales.

    "La razón instrumental orienta sus decisiones hacia los medios y no hacia los fines. La tecnocracia es una dictadura dirigida por la voluntad de unos pocos considerados expertos".

    Arquitectas, médicas, abogadas, periodistas y por supuesto -y desde siempre- artistas, son ahora quienes ostentan los mejores “títulos”, académicos o nobiliario-hereditarios -es igual-. Siguen vistiendo mucho (aunque no calienten nada) para representar “poder” (del verbo poder hacer).

    Pero, ojo, que son las “élites” las primeras que escuchan a los expertos, aunque para utilizarlo como razón instrumental de "su fin" (en los dos sentidos del término): el “Poder” (del verbo alucinar-delirar). Porque quien cree que puede hacerlo todo, alucina más que nadie.

    ¿No estaremos viviendo una época demasiado alucinante?

    Por cierto, he aquí otro alucinado (cada día nace uno, la cuestión es dar con él):

    http://www.elpais.com/articulo/ultima/maquinas/dan/signos/saber/apreciar/pintura/elpepiult/20100925elpepiult_2/Tes

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  5. Uff, el tema de los instrumentos de poder es un verdadero desquicie. Sea cual sea tu profesión, siempre tendrás como una espada de Damocles el uso que "el poder" pueda hacer de tu conocimiento. En arquitectura, la relación con el poder es siempre muy intensa, desde luego si hay un mecanismo útil e infranqueable de control social es a través del territorio construído.

    Y sí, nuestra época es muy alucinante. Creo que "el poder", si existiese en unas pocas manos, estaría muy preocupado.

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